
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Anette Espinosa (9
La Habana.- Un amigo muy cercano y de esos que no le pierde pie ni pasada a Miguel Díaz-Canel, me alertó del mensaje del impuesto mandatario cubano a la cumbre de la Unión Económica Euroasiática (UEE), reunida en San Petersburgo, en el cual habló de 2025 y dejó claro que para él va a ser mejor.
No mencionó la palabra mejor, es cierto, pero en su mensaje por videoconferencia de más de cuatro minutos, advirtió que «2025 será provechoso». Sí, ya sé que ‘provechoso’ y ‘mejor’ no son sinónimos, pero hay que entender que, después de seis años prometiendo mejoras, puede ser complicado seguir con esa cantaleta.
Esta vez, casi al final de su mensaje a la cumbre de la UEE, El Hombre de la Limonada dijo que «somos un pueblo optimista, resistente y creativo y tenemos la certeza de que el 2025 será provechoso, a pesar de los retos para la realización de objetivos y metas comunes por un desarrollo sostenible».
El mensaje completo es largo, pero en esas apenas dos líneas, se pueden hacer varias lecturas: hay optimismo en la cúpula y también en el pueblo.
La cúpula cree que seguirá manteniendo su dominio, su control casi absoluto sobre la población. La parte del pueblo que los apoya, cualquiera sea el por ciento, también es optimista, porque cree que todo seguirá tal cual y que ellos no tendrán problema alguno, que continuarán ahí, agarrando cada migaja del castrismo.
La otra parte, la que sufre, la que pasa hambre, la que es explotada hasta límites insospechados, no es menos optimista. Esos piensan que la crisis no tiene marcha atrás, que lo que un día se llamó revolución hace mucho dejó de serlo, que todo involuciona y que con Donald Trump y Marco Rubio en la Casa Blanca y la Secretaría de Estado, el fin va a estar mucho más cercano.
Para esos últimos, el optimismo se traduce en la caída de la dictadura más longeva de occidente y una de las más viejas del mundo, solo aventajada por la dinastía Kim en Corea del Norte. Por lo tanto, ya es hora de cambios profundos, tiempo de que los Castro y sus huestes dejen el poder y el país se encamine a una etapa democrática definitva, con cambios trascendentales en lo económico, lo político y lo social.
De vuelta al mensaje, hoy apenas es viernes 27. De acá al 31 faltan unos días y muchas horas, suficientes para que el más incapaz de todos los gobernantes que ha tenido Cuba, aparezca en escena y diga que 2025 va a ser mejor, que habrá electricidad, alimentos, transporte y mucho compromiso.
Recordará que lo suyo es la continuidad y no olvidará aquello de la «resistencia creativa», un término que usa para encubrirlo todo cuando no tiene nada que decir.
¿Será mejor 2025? Dudo que después de la debacle total de 2024, el año siguiente sea diferente, pero al menos tiene que ser esperanzador, porque en Cuba la gente no puede seguir muriendo por cualquier cosa, o marchándose del país mientras un grupo de HP siguen viviendo la dolce vita y haciendo dinero para su vida más allá del castrismo.
Eso sí, si me preguntan a mí, siempre diré que será mejor, porque si no es el año del fin de la dictadura, al menos estará más cerca del colpaso definitivo, del momento en que los cubanos comencemos a decidir sobre nuestro propio destino, sin que haya un Castro en el poder, o alguien puesto por ellos. Incluso sin la oscura influencia que la fatídica familia le ha legado a Cuba, convertida de una isla hermosa, capaz de autoabastecerse y de exportar cientos de productos al exterior, a importarlo todo.
Eso ha llevado a que la inmensa mayoría de la población atraviese una hambruna tremenda, cuyo botón de muestra son los ridículos reportes en la televisión nacional, que advierten, por ejemplo, de una descarga de pollo en algún puerto del país para las personas vulnerables. El resto, la inmensa mayoría, no tendrá nada que comer el 31 de diciembre, día en que los cubanos despedirán el más fatídico y oscuro -lo de oscuro es literal- de los años de su exsitencia.