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Desmemoria colectiva y la trampa electoral: riesgos para 2026

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- Que los humanos somos desmemoriados, hay infinitas pruebas. Somos el único animal que tropieza mil veces con la misma piedra. Los animales aprenden; los hombres, no siempre. La historia está repleta de ejemplos: pueblos que expulsaron a sus tiranos, pero años después los trajeron de vuelta, disfrazados de redentores.

Así ocurrió en Bolivia. Tras la caída de Evo Morales en 2019, producto de manifestaciones masivas y denuncias de fraude, el mismo partido que encabezó la deriva autoritaria regresó al poder en las elecciones siguientes. Y lo mismo en Nicaragua: después de que los votantes rechazaran la represión de Daniel Ortega, tiempo después lo reinstalaron en el poder, convertido ya en un dictador absoluto.
Es la historia de la memoria débil. Un ciclo de contrasentidos donde la indignación de ayer se diluye en el olvido de mañana.

En Estados Unidos se avecinan las elecciones de medio término de 2026. A estas alturas, ya muchos han olvidado las consecuencias de las políticas erradas que sumieron al país en crisis migratoria, inflación y pérdida de autoridad internacional. La memoria ciudadana se desvanece con rapidez alarmante, mientras el aparato mediático y político demócrata trabaja para reescribir los hechos y endulzar el recuerdo.

Datos recientes del Pew Research Center indican que la población de inmigrantes no autorizados alcanzó los 14 millones en 2023, el nivel más alto en décadas. A eso se suman los reportes de la U.S. Customs and Border Protection, que contabilizan más de 2,4 millones de detenciones en la frontera sur solo en 2024, una cifra récord. Estas no son conjeturas: son hechos.

La frustración y el voto de castigo

El fenómeno migratorio, combinado con el aumento del costo de vida y la inseguridad urbana, ha generado frustración en amplios sectores del electorado. Pero esa frustración, si no se canaliza con liderazgo y visión, puede transformarse en abstención o en un voto de castigo.

Analistas republicanos hablan ya de un posible 30% a 40% de deserción interna, especialmente entre votantes jóvenes, suburbanos y moderados. Aunque el dato varía según las fuentes, la tendencia es real: el desencanto crece. Esa desmovilización crea un “pantano resbaladizo”, un terreno donde los adversarios aprovechan cada vacilación, cada duda, para infiltrar mensajes, dividir y sembrar apatía. El resultado puede ser devastador. Lo que se logró en la elección presidencial anterior podría desmoronarse si no se reconstruye una narrativa sólida, si no se devuelve a los votantes la memoria de lo vivido y lo aprendido.

En los estados de Nueva York y Nueva Jersey se perdieron posiciones importantes: en Nueva York el margen demócrata se redujo, pero el control del voto urbano impidió avances; en Nueva Jersey, aunque la diferencia fue menor que en años previos, no se logró capitalizar el descontento; y en Pensilvania se perdieron los 19 votos del Colegio Electoral al caer con un 48,7 % frente a un 50,4 %.

En Nueva York, las alarmas fueron estrepitosamente graves: un electorado cristiano votó por un candidato comunista y musulmán. Es un hecho difícil de explicar, un síntoma de confusión moral y cultural que requiere la máxima atención. Son señales que deben tomarse con seriedad. Si no se actúa ahora, ese rumbo puede consolidar una tendencia que ponga en riesgo futuras victorias nacionales. Es un peligro que hay que atajar con estrategia, cohesión y sentido histórico.

No solo la política

Recordar con hechos, no con slogans, es la primera tarea. La comunicación política debe basarse en cifras verificables, logros concretos, comparaciones reales. Los votantes olvidan las palabras, pero no los resultados que les tocaron de cerca: precios, empleo, seguridad.Las elecciones se ganan desde la base, en los condados olvidados. Cada barrio, cada comunidad debe sentir que su voz cuenta. Recuperar al ciudadano desencantado exige presencia, no discursos.

Y junto a eso, reafirmar el mensaje moral y civilizatorio. No se trata solo de política, sino de valores: familia, trabajo, ley, frontera, fe. Reafirmar la identidad americana frente a la erosión ideológica es una urgencia impostergable.

No se puede caer en la trampa del “voto protesta”. Las divisiones internas son el sueño del adversario. La historia enseña que los votos dispersos abren la puerta a quienes jamás deberían volver.

La memoria es el arma más poderosa de una nación libre. Los pueblos que olvidan sus crisis las repiten; los que recuerdan, construyen futuro. De aquí a 2026 no hay tiempo para nostalgias ni errores: hay que afilar el programa, recuperar la verdad y devolverle al pueblo la memoria que el pantano intenta tragarse.
Olvidar sería entregarle el país, una vez más, a los mismos que lo hundieron. Recordar, en cambio, es el primer paso para salvarlo.

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