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Por Yeison Derulo
Santiago de Cuba.- El derrumbe en Santiago de Cuba que le arrancó la vida a Luis Mario Pérez Coiterio no es un simple accidente producto de la lluvia, como intentan hacernos creer. Es la consecuencia directa de décadas de abandono, de un Estado que nunca se preocupó por garantizar viviendas dignas ni condiciones mínimas de seguridad para la población. La dictadura ha convertido a Cuba en un cementerio de muros desplomados, techos podridos y laderas sin protección, donde basta una tormenta nocturna para que una familia quede enterrada en la desgracia.
Lo más indignante es la repetida excusa de que “las intensas precipitaciones” fueron las culpables. No, la verdadera culpable es una dictadura que derrocha millones en propaganda, viajes oficiales y desfiles militares, pero nunca invierte en infraestructura ni en planes de prevención. Mientras el pueblo avisa, ruega y advierte sobre las vulnerabilidades de sus casas, el régimen se limita a recoger cadáveres y mandar condolencias hipócritas.
La familia había alertado sobre el peligro, incluso le pidió que no regresara a esa vivienda porque era un riesgo evidente. Y sin embargo, nadie del gobierno se ocupó de reubicarlo en un lugar seguro. No existe un plan social real, no hay refugios adecuados, ni políticas de vivienda que protejan al ciudadano. Lo único que sí existe, en abundancia, son brigadas represivas para callar al que protesta y calabozos para encerrar a quien se queje demasiado.
Cada muro caído, cada techo que aplasta a un anciano, cada niño que muere bajo los escombros, lleva la firma de la dictadura. Es la prueba más cruel de un sistema que se jacta de llamarse “potencia médica” y “ejemplo de humanidad”, mientras su propio pueblo muere sepultado en ruinas. No hay ciclón más devastador que 65 años de castrismo.
Lo ocurrido en Santiago de Cuba es más que una tragedia individual: es un símbolo del país entero, un derrumbe nacional. Así como ese muro colapsó en la madrugada, también se derrumba la isla completa, víctima de la desidia y la corrupción de quienes la gobiernan. Y mientras no se derrumbe primero la dictadura, seguiremos enterrando inocentes bajo el peso de su miseria.