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Por P. Alberto Reyes Pías ()
Evangelio: Lucas 12, 32-48
Camagüey.- Alguien dijo que no había animal más asustadizo que la billetera. Sabemos que servir, ayudar, compartir… son parte de la identidad cristiana, pero eso no quita que muchas veces nos salten las alarmas y nos pongamos en guardia cuando intuimos que alguien nos va a pedir algo, sean bienes materiales, o nuestro tiempo, o nuestro esfuerzo.
Por eso Jesús comienza este Evangelio diciendo: “No temas”. Es como si nos aclarara: “Yo sé que disponerte para el otro asusta, intranquiliza… sé que puede ser incluso duro para ti, pero no tengas miedo a entrar por ese camino”.
¿Qué nos pide concretamente el Señor en este Evangelio?
Lo primero que pide es que no sometamos la vida a la “seguridad”, es decir, que por asegurar un poco
más de bienes materiales, o de tiempo, o de relax, dejemos de estar dispuestos para lo que el otro pueda
necesitar. No olvidemos la definición que dice que “las tortugas son los seres que cambiaron los abrazos por su seguridad”.
Abrazar, es decir, entrar en contacto con la necesidad del otro, no es siempre fácil, pero es, precisamente eso, lo que nos hace tanto humanos como cristianos.
Estar vigilantes significa permanecer en constante disponibilidad, significa que la prontitud para
escuchar, para ayudar, para dar una mano, sea nuestro estado “normal”, nuestro modo habitual.
Por eso Jesús pone dos imágenes que explican la “vigilancia”: llevar la cintura ceñida y mantener la luz encendida.
En tiempos de Jesús, los hombres solían usar una túnica larga que mantenían suelta mientras estaban
en casa, pero que cuando se ponían a trabajar o salían de viaje, se la recogían, ciñéndose la cintura, para poder moverse con más facilidad. Vivir con la cintura ceñida significa permanecer en disponibilidad de trabajo, de ayuda.
Por otra parte, mantener la luz encendida, es decir, no apagar la luz, refuerza esta idea. Apagar la luz
sería una especie de: “No moleste, estoy durmiendo”. Dejarla encendida significa transmitir el mensaje de que, quien tenga necesidad de nosotros, debe saber que puede contar con nuestro apoyo.
Por eso, cuando Jesús habla de la casa que está a la espera de su Señor, la describe como una casa en la que sólo están los siervos, porque se refiere a la comunidad de discípulos, donde todo el mundo está llamado a servirse los unos a los otros, mientras esperan la venida del “Señor de la casa”. Es el servicio lo que caracteriza la vida de esta casa.
Y es el servicio lo que el Señor quiere que caracterice “nuestra casa”, nuestra vida, nuestros días,
haciendo lo que, siglos más tarde, describiría San Ignacio de Loyola de un modo genial cuando dijo: “En
todo, amar y servir”.