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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Mi hermano Julio es mayor que yo tres años. Eso lo convirtió en una especie de paradigma para mí en la infancia, aun cuando siempre hemos tenido caracteres muy diferentes. Increíblemente a esas edades era él la mala cabeza, el disloco, la furrumaya… Y yo el niño menos… problemático… Aunque provocaba muchos… eran de otra índole. Y como era mayor… a la vista de todos, él era el bueno, y yo el loquillo.
Siempre tiró pa la tecnología. Tenía alma de mecánico, de ingeniero… Todo lo quería ver y sacar para experimentar. Era época de juguetes básico dirigido y nosequé… Por años, submarinos, helicópteros y muñecos de pilas, terminaban en su salón de operaciones… y a pesar de las experiencias previas llorando juguetes perdidos, el muy cabrón lograba mi anuencia cada año para su próxima víctima. Ya te digo: mi héroe personal y mi toy killer.
Andábamos mucho tiempo juntos. Mis padres sí se cogieron las consignas pa ellos y terminaban de trabajar hasta las ocho o las nueve, así que Julito era responsable de su hermano menor desde la campana de la escuela hasta que llegaban los viejos. Y como aquello llevaba baño y comida…
Un día se le ocurrió hacer nuestro calentador de agua. Teníamos uno de gas, de aquellos que la tubería hacía una serpentina con la tuberia en espiral ¿no? Pero por alguna razón fallaba y el broder se dio a la tarea de buscar latas que por tamaños fueran concéntricas… y entre ambos cortamos, pulimos y horadamos. Cables, enchufe…
— ¿Listo, Pánfilo?
— Llena el cubo pa meterle esto. Tu verás qué rápido nos bañamos con agua caliente.
No sé si recuerdan… Habían unos cubos metálicos. Fuertes. Hubo uno (ese creo precisamente) que luego de rendir vida como cubo de agua, sirvió de cubo de basura durante otros mil años. Aguantó de todo.
Pues lleno el cubo y puesto en la poceta del baño, Julito conectó a la corriente el calentador y mirándome triunfal bajó la mano lentamente, sosteniendo los cables de los que colgaban perfectamente concéntricas dos latas separadas entre sí por palitos, y haciendo una música con la boca «tan taran tá tan ta tannnnn tan tara….» y…. ¡PAOO!
El Dios de los rayos se materializó dentro de la bañadera de nuestra casita de Santa Emilia dejando la casa sin luz luego de una ráfaga de efectos especiales que ni Jerry Bruckheimer.
Tres horas mas tarde, la vieja, viendo el agua del refrigerador bajar por la escalera, el metro contador de electricidad en el suelo del pasillo exterior y una oscuridad digna de Matanzas 2025, lanzaba un grito nivel vecindario:
— ¿Y aquí qué pasóooo?
Mi hermano, desplegando un ángel luminiscente y lleno de inocencia, respondió:
— Ya nos bañamos y comimos…