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DE ESO TAMBIÉN VA LA POESÍA: QUE LA GENTE SE LLENE DE VALOR

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Por Ricardo Acostarana ()

La Habana.- No tenía pensado ir a la peña esa tarde del viernes, pero mis amigos me esperaban. Sobre todo los de El Tenis de Arriba, un trío de poetas ilegales que la formábamos al subir al escenario. Somos ilegales porque seguimos en este país y seguir en este país debería ser ilegal.
La peña tenía sus altibajos. Yo llegué en bicicleta porque iba tarde, siempre voy tarde a todos los sitios. Nunca tengo tiempo, siempre ando apurado.
Decidí salir rápido de ahí y partir al teatro. Antes quería subirme con El Tenis de Arriba al escenario. Más por ellos que por mí.
Tuve que decirle al jefe de aquello que necesitábamos subir ya. Tenía que irme y los poetas eran capaces de secuestrarme si yo, después de llegar tarde, con cara de tranca, me iba así sin más.
Nunca planificamos nada allá arriba, solo la cantidad de cosas que leemos, aunque eso también puede variar.
Cada uno cumple su rol. Por alguna razón que conozco, siempre rompo el hielo allá arriba. Me pongo cómico, hilarante. Me meto con el público, que suele ser el mismo o casi siempre el mismo.
Suele pasar que alguien siempre se llena de valor y sube a decir un texto suyo o de alguien más. A nosotros eso nos viene como anillo al dedo. De eso también va la poesía, que la gente se llene de valor.
Una muchacha que no tenía que estar allí o al menos no estaba allí para la peña, pidió subir y subió. Estaba muy nerviosa y con esos nervios leyó «Ama al cisne salvaje», de Luis Rogelio Nogueras.
Marta Bercy - Official | Del Poema "Ama al Cisne Salvaje" de Luis Rogelio  Nogueras (La Habana, 1944-1985) #LuisRogelioNogueras #TalentoCubano |  InstagramYo la miré de reojo y recordé eso de que «una casualidad es una casualidad que todavía no conocemos». Hacía más de dos años que en alguna majomía recordé ese poema y escribí una especie de respuesta al texto.
Le dije a la muchacha que no se moviera de su sitio porque tenía algo que decirle a ese poema. Nadie lo vio venir.
La gente no entendió un carajo de mi intento de respuesta. Aquella muchacha tampoco, pero aquello le supuso un desafío.
La probabilidad de que ella dijera ese poema allá arriba no eran bajas. Es posiblemente el poema más conocido de uno de los poetas cubanos más conocidos. En cambio, que uno de los tres ilegales de allá arriba le hiciera un plot twist al inocente cuello del cisne, ¡nohombreno!
Leí el poema con un nudo en la garganta por el asombro y la casualidad. Me despedí de los poetas ilegales, cogí mi bicicleta y me fui de allí rayando.
Esa noche descubrí en el teatro a Ana Mendieta gracias a Gia Berrios, una amiga puertorriqueña de reciente adquisición. Luego me fui al Melodrama y terminé la noche en una gacela camino a casa.
El domingo en la tarde me vi con los amigos ciclistas en un café cerca de casa. De ahí saldríamos a hacer una ruta de varios kilómetros.
Antes de salir me percaté que tenía poco aire en una goma. Yo soy un caso social incluso para echarle aire a una goma de bicicleta y me demoraba más de la cuenta.
Pero la vida sabe lo que hace.
Alguien me bisbiseó porque no pudo llamarme con la mirada. Me acerqué a su mesa, me extendió su mano, la saludé y me dijo algo así como: sabía que te volvería a ver. Quítate las gafas porque quiero mirar los ojos de la persona que me respondió el poema del cisne salvaje.
Una casualidad es una causalidad es una casualidad.
No pude reaccionar hasta dos segundos después. Solo sonreí, respiré hondo y le dije que sí, que era yo, y la cosa se puso peor. «Cuando se acabó la poesía y me bajé de allí y salí a buscarte, ya te habías ido», y entonces yo pensé en algo así como los distintos exilios de los que habló Ana Mendieta.
Nos presentamos formalmente y ella no dejaba de sonreír. Estaba con otras dos personas en su mesa. Los amigos ciclistas echándose el filme y yo sin saber que decir. «No vengo mucho a La Habana. La escuela me lleva recio, pero esto no es casualidad. Yo te estaba buscando».
Mesas a dos metros de distancia, sin servilleteros y con cartas digitales:  así será la vuelta a bares y restaurantes en tiempos de coronavirusDi media vuelta y me senté en mi mesa. Miré a los amigos, me sequé el sudor de la frente y me paré de la mesa. Un paso y ya estaba en la suya. Tenía al menos que dejarle mi número
Quizás me llamaba un día o no, no importaba. Yo tenía que intentarlo.
«Me voy en la noche. Tengo antes un compromiso. Quizás te llame», creo que me dijo. A mí me bastaba con darle mis coordenadas.
Sacamos las bicicletas a la acera para acabar de irnos y aquella muchacha le pidió de favor a los amigos hacer espacio para tirarse una foto conmigo. Esto es demasiado, dijo en mi voz la princesa del cuento de Meñique.
Esa ha sido de las mejores rutas por La Habana que me he regalado. Por alguna razón que conozco, aquella muchacha, aquella princesa guajira y yo no dejamos de escribirnos mientras descubría senderos nuevos de Regla y Guanabacoa.
Pero no nos volveríamos a ver. No había probabilidad para esa película. Pero solo estábamos en pre producción.
Aquella muchacha me dijo para vernos antes de irse de la ciudad. Que le avisara cuando llegara al Vedado, a la hora que fuera.
A las 11 de la noche se apareció en el mismo café donde nos reconocimos. En solo 10 minutos temblamos, reímos, nos abrazamos y nos besamos. Algo me dijo antes de montarse en el taxi que la llevaría a su compromiso: «el fin que viene vengo a La Habana a partirte al medio»
(Realmente fue mucho más directa y explícita)
No nos volveríamos a ver. Era suficiente por esa noche.
Pero la vida sabe lo que hace.
Sobre la media noche continuamos la conversación por wasap, pero muy tenue. Ella estaba en un bar de mala muerte cerca de La Rampa, pero ella no quería estar allí y yo quería que estuviera conmigo.
Era esa la noche, y fue. Muy diferente a lo que dos extraños puedan concebir porque los extraños no tienen otro remedio muchas veces que dejarse llevar.
En la casa no estaríamos solos. Por cuestiones de «la vida sabe lo que hace», esa noche un amigo dejó las llaves de la casa un amigo que le había dejado su casa por esa noche, y le dije «ven» minutos antes de decirle a la muchacha que yo la esperaba en la esquina del edificio, porque el barrio de noche es una boca de lobo.
Sí, claro, le advertí que había otro extraño en casa. Pero estaría alejado de todo, y tanto, que se tomó él solito media botella de un whisky francés que tenía en casa y quedó cao en el segundo cuarto abrazado a mi perro.
Correcto. Cómo si nos conociéramos de toda la vida aquella muchacha y yo.
La casualidad es algo que pasa mientras le das la media espalda.
Fueron otras tantas noches en que repetimos el sutra en la cama. Ella salía de su escuela y llegaba al Vedado en la tardenoche y la noche traía el café de la mañana y en la mañana regresaba a su escuela con la idea de fugarse una que otra tardenoche.
También nos sentamos en alguna cafetería del barrio a comer pizza y tomar cerveza y no parábamos de teorizar sobre la asquerosamente hermosa casualidad literaria que fue haber coincidido encima de un inocente cuello de un cisne con cabeza de zanahoria.

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