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La palabra “escrúpulo” proviene del latín scrupulus, que no significaba otra cosa que “una piedra pequeña y afilada”.
Los soldados romanos lo sabían bien. En sus largas marchas, las piedritas se colaban dentro de sus sandalias (kaligae) y causaban un dolor constante.
Entonces, los legionarios debían decidir: ¿Sigo marchando con dolor… o me detengo para sacarla, arriesgando retrasar a todo el grupo y recibir castigo?
Esa incomodidad constante, ese dilema entre actuar o no actuar, dio origen al concepto de “tener escrúpulos”.
Con el tiempo, el término salió del ejército y se instaló en la vida civil.
Pero he aquí el giro: senadores, jueces y políticos romanos no caminaban.
Viajaban a caballo, en carruaje o en litera. Como los políticos de hoy, que van en carro con chofer.
Nunca tuvieron piedras en los zapatos. Por eso, tampoco tuvieron escrúpulos.