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Por Nelson Simón ()
Pinar del Río.- Estas son las manos de mi amiga. Mi amiga es artista, pero sobre todo es madre .
Estas son las manos de una mujer cubana que es madre y es hija y se levanta , cada día, a trajinar con un país que le tizna las manos.
Un país que la ha dejado sin opciones.
Amanezco con la imagen de sus manos. Con la imagen de otro amigo arribando a España. Mi amigo es un intelectual, poeta, ensayista cubano. Su rostro es el rostro de la desolación. Ha sido arrancado de su vida por las circunstancias.
Es el rostro de un padre que tiene que abandonarlo todo por ofrecerle a su hijo algo que todo hijo necesita y todo padre quiere ofrecer: futuro.
Amanezco con la imagen publicada por un gran médico especialista en cuidados intensivos en la que denuncia que un litro de aceite de girasol ha llegado a la ridícula cifra de 1350 pesos cubanos.
Es casi la jubilación de mi madre (1500 pesos) que con 26 años y a solo dos de perder a su otro hijo, entró al ejército con la intensión de defender su país, la Revolución, el futuro del hijo que le quedaba.
Tres imágenes que no quisiera ver. Que no quisiera fueran parte de nuestra realidad pero que están y no solo que están sino que se multiplican y se hacen dolorosas a lo largo de toda la isla.
Tres imágenes que no tiene sentido ocultar, borrar, diluir .
No será por no narrarlas que dejarán existir y formar parte de nuestra cruda realidad .
Siento mucho si mi publicación hiere la sensibilidad de alguien pero esto es Cuba. Una Cuba que malvive y tizna por debajo de las imágenes oficiales.
Una Cuba que vive una tragedia: la de los cubanos que nos hemos quedado sin futuro. Que nos levantamos a lidiar con el apagón, la falta de agua, de alimentos, de transporte, de combustibles, de medicamentos.
Una Cuba que hemos visto deteriorarse física, espiritual y moralmente.
Una Cuba desigual en la que en el mismo momento en que pasa por tu lado la super camioneta de uno de los nuevos «emprendedores» , también pasa por tu lado, una mujer mugrosa.
La que busca en la basura y que de pronto reconoces como una antigua y brillante profesora que te enseñó aquel lema de «nuestra escuela es fragua martiana, marxista leninista, forjadora de futuros comunistas».
¿Cuántos quedamos de aquellos niños?
¿En qué nos convertimos, que ella, cargada de latas, restos del día y cosas inservibles, pasa por mi lado y no me reconoce?
Hoy la inmensa mayoría de los cubanos estamos atrapados en esta circunstancia. No importa si te has quedado en Cuba, si te fuiste a Miami y otro lugar del mundo: la isla se arrastra, se carga a dónde vayas.
Pesa. Tizna. Duele a dónde vayas.
En Cuba, en Pinar, mi amiga debe inclinarse cada día a encender el carbón para dar de comer a su madre y su hija. En su mente tararea una canción mientras lo atiza.
Trabaja duro para al menos tener qué comer. Con sus manos tiznadas peina a su hija antes de enviarla a la escuela.
Intenta continuar con la vida pero la vida se le resiste y tizna y ella muestra sus manos, manos de mujer que sueña, marcadas por esta difícil realidad .
En Miami, los mismos cubanos, ahora alentados por las políticas de Trump, hacen listas, se delatan, ajustan cuentas entre ellos, piden que algunos inmigrantes que tuvieron vínculos con la Revolución, sean deportados.
Ha empezado la cacería. Dicen que hay miedo del otro lado. Reconozco entre ellos algunos rostros de aquellos pioneros que junto a mí soñaron «ser como el Che».
Me pregunto en qué momento dejaron de creer, empezaron a sentirse solos, decidieron emprender viaje hacia la acera opuesta. Una acera en la que parece que tampoco caben.
Mi amigo el poeta, escribe, con la emoción contenida, un poema con el que pretende aliviar su entrada a esa tierra amarga del exilio. Yo, que ya conozco esa circunstancia, sé que el poema no le será insuficiente .
El doctor o mi madre se preguntan cómo podrán comprar el aceite, el pan, el arroz.
Y yo me pregunto cómo hemos llegado a este punto en que la verdad sea considerada ofensa, traición, estigma. En que decir lo que piensas o sientes te coloca en lámina de un microscopio o bajo la mirada acusadora de un miope mientras se escuchan, o tratan de legitimar, como banda sonora de este tiempo infeliz, las voces de una marginalidad creciente que se nos viene encima como otra muestra más del deterioro.
Y crece también el oportunismo. Y crece la mediocridad. Y crece la mentira porque estos, como los hongos, se alimentan de lo oscuro.
Nunca creí volver a ver manos tiznadas como las de mi abuela. Gente ajada y mugrosa recogiendo las sobras del día de los nuevos ricos que extienden sus tentáculos y se expanden y acumulan locales, riquezas, indiferencia capitalista.
Nunca ver los rostros del hambre, de la pobreza de la desesperanza .
Todo ha pasado a gran velocidad como avalancha incontenible. Como riada que nos envuelve a todos.
En qué momento dejamos atrás el compromiso con la pequeña historia, esa que alimenta la historia de un sueño de igualdad social, de justicia, de futuro.
La Revolución siempre fue, por encima de todo, un proceso de construcción colectiva que le dio al pueblo la promesa de un futuro de igualdad , bienestar y crecimiento. La Revolución siempre fue esperanza y el pueblo sigue esperando que se la devuelvan.
Hace pocos días escuché a un joven poeta y ensayista hondureño decir: » La Revolución cubana fue el sueño de un Continente», y lloré en silencio desde el público, disimulando mi llanto y mi dolor al oírlo hablar en pasado de ese sueño que me niego a traicionar .