Por Enrique del Risco ()
Nueva York.- Alguien que regresa de Cuba me cuenta la experiencia como si dejara caer al suelo maletas pesadísimas. Sin salir de La Habana todo lo que vio casa a casa, vecino a vecino, fue una miseria espantosa. Nada que le diera el mínimo reposo.
Calles repletas de basura, pestilencia por todas partes, mosquitos, enfermedades, plagas de ratones, una ciudad, un país de viejos solos y desamparados. Los teatros cerrados, la vida cotidiana colapsada, la comida increíblemente cara. En 25 días solo vio una guagua de transporte urbano, ya pasado a mejor vida.
Y mientras tanto se levanta un hotel enorme en un país donde ya apenas llega el turismo mientras los medios proclaman orgullosos que se ha construido enteramente con capital nacional, o sea, con el dinero del presupuesto nacional mientras las plantas eléctricas no soportan un remiendo más.
Eso sí, los pocos locales que permanecen abiertos, mypimes de gente muchas veces asociada a los personeros del gobierno funcionan a toda mecha, llenos de extranjeros que no son turistas, sino aparentemente han fijado residencia en Cuba y al parecer son de procedencia asiática, desde turcos hasta chinos. Mientras el presidente del tribunal supremo popular, Rubén Remigio Ferro, maneja un carro de cien mil dólares y su hijo otro. Después de todo el padre ha sido el encargado de meter en prisión a los manifestantes del 11 de julio del 2021.
“Ahorita nos convertimos en Haití” me comenta. Yo pregunto cuál sería la diferencia con el vecino que siempre los cubanos (y los extranjeros) buscan para consolarse. Me habla de las bandas que compiten por controlar el pais vecino y ahí encuentro la clave de la diferencia. Cuba tiene la fortuna de estar controlada una banda sin rivales.