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Por Esteban David Baró ()
La Habana. – En Cuba, la palabra crisis ya perdió sentido. Lo que hay ahora es puro desmoronamiento. Y ni los discursos con olor a alcanfor de su televisión, toda bajo monopolio estatal, consiguen disimular el hedor de un país que sucumbe a cámara lenta.
La última Mesa Redonda fue un ejemplo de cinismo televisado. Allí estaba el doctor Francisco Durán, el mismo que alguna vez dio la cara en tiempos de pandemia y que sigue siendo un fantasma obediente, repitiendo frases vacías para justificar lo injustificable.
Con el rostro cansado y una voz que se le quiebra entre cifras y excusas, intentaba tapar con palabras el colapso sanitario de la isla por los diferentes virus que transmiten, por lo visto, “contrarrevolucionarios mosquitos”.
“Nos piden que usemos camisas de manga larga”, se queja Orlando, un jubilado de Marianao que sobrevive con menos de lo que cuesta una pastilla de Enalapril.
“¿Camisa blanca? Ni jabón tengo para lavarla”. Su risa es un lamento. “Eso lo dicen los que viven en aire acondicionado, no los que estamos en fila para conseguir una Dipirona que nunca llega”.
En esa misma transmisión, la periodista Arleen Rodríguez —aquella que en Moscú posaba recientemente sonriente ante un plato de carne imposible en Cuba— fingía preocupación por los ancianos.
Dijo: “Ojalá…” y dejó la frase flotando en el aire. Ojalá qué, señora. ¿Ojalá no se mueran tanto? ¿U ojalá alcancen a enterrar a sus muertos con dignidad?
Mientras tanto, los hospitales parecen ruinas coloniales. No hay vendas, no hay alcohol, no hay antibióticos.
“Aquí se muere la gente como moscas”, dice Yanelis, enfermera en Bayamo, que atiende a pacientes con fiebre sin termómetro ni guantes. “Yo entregué mi juventud a esto. Y ahora ni siquiera me queda fe”.
Las calles en la isla huelen a podredumbre, a caño roto y a desesperanza. En La Habana Vieja, los balcones son trampas mortales. En Santiago, las ratas hacen guardia en los portales.
Después del huracán Melissa, el país quedó al desnudo: techos caídos, barrios sumergidos y la misma letanía oficial y monserga de siempre de resistir, resistir, resistir.
Pero ya nadie cree en las consignas. La mentira se pudrió también. La propaganda choca contra la realidad brutal que vive cada familia, cada madre que no encuentra un antibiótico, cada viejo que se acuesta sin comer, cada médico que se va porque ya no puede seguir siendo cómplice.
Cuba es hoy un gran basurero espiritual donde todavía se habla de revolución, pero lo que queda es ruina, hambre y desidia. Aquella promesa de justicia social envejeció sin remedio. Ahora solo quedan los sobrevivientes, los que alguna vez creyeron y actualmente miran al vacío sabiendo que el país que defendieron murió sin funeral.