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Por Manuel Viera ()
La Habana.- Los domingos siempre han sido días tristes. En Cuba, cualquier día es triste, pero los domingos me rebasan. Son días en los que me despierto con la sensación de estar malgastando mi única bala, mi vida.
Mi incompatibilidad con el comunismo es real. No es incompatibilidad por conveniencia, no es una alergia repentina por una visa, es una alergia profunda y estudiada, una enfermedad con conocimiento de causa. Es una picazón insoportable que me enferma, es ya una incompatibilidad incurable y mientras veo comunistas ir y venir, como deporte, veo pasar mi vida en medio de la tormenta.
Inicialmente, no me fui por la esperanza de ver un pueblo bravo, un pueblo mambí, un pueblo que supiera valorar la belleza bajo sus pies.
Luego llegó el 11, no el de las torres sino el de los dignos y eso me hizo quedarme, aunque luego he sentido ira, tristeza y decepción.
El cubano puede hacer un chiste de su dolor, puede aplaudir una libra de arroz e incluso reírse de su miseria en pleno apagón. El cubano puede olvidar a los que hoy mueren en el olvido, a los que se pudren por un futuro mejor que los incluye. El cubano puede sentir un miedo inexplicable hacia lo inaceptable, mientras no teme ver a sus hijos pasar hambre o caer su techo en la cabeza.
El cubano prefiere cuidar un trabajo mal pagado, a cuidar su única bala, su vida. Me paraliza cada mensaje al privado de esos que dicen «quisiera poder decir lo que usted dice, pero debo cuidar mi trabajo… tengo miedo a perder mi salario». Me congelo mientras leo y pienso: ¿Qué salario? ¿Qué trabajo?
Debo confesar que la decepción me hace sentir unos deseos enormes de irme, y si no lo he hecho es solo por no tener los recursos. No me iría por miedo, no me iría con falsas excusas o exagerando causas, algo que algunos convirtieron en un deporte. Siendo 100 por ciento sincero, así como soy, me iría por la decepción que siento y por el sufrir que me causa esa alergia, esa repulsión a la enfermedad que amenaza a mi vida, a mi única bala. Una bala que no será imperceptible, inútil. ¡Me niego a que lo sea!
¿Será tan difícil para un comunista darse cuenta de cuánto dolor y sufrimiento causan? ¿De cuanta violación y autoritarismo defienden? ¿Será tan difícil para ellos percatarse de que son el mal sobre la tierra, un mal que dilapida en la miseria la vida de millones de personas entre promesas incumplidas, excusas y mentiras?
Es domingo… un día de esos. Un día de esos en los que siento que se me escapa la bala, en los que uno quisiera tener metas, de esas normales para un humano en cualquier lugar del mundo: estudiar para progresar, aprender un oficio, trabajar para cobrar, formar crédito, ahorrar, comprar un auto o una casa nueva, ir de vacaciones, ver a los hijos felices, poder reunir a la familia desperdigada por el mundo en una sola mesa otra vez…
¡Hoy es domingo! Un día de esos en los que uno ve pasar la vida hastiado de que las metas sean siempre las mismas: inventar para comprar un cartón de huevos, salir a buscar qué comer en la tarde, de alguna manera juntar el dinero para unas libras de pollo. Es como si solo funcionara una neurona, es como si la dignidad se midiera en el estómago. El asco crece cada vez que hablan por mí para apoyar lugares tan siniestros como Irán o Corea del Norte, o disparates tan irracionales y crueles como la esquizofrenia de Maduro, aferrado al poder como si fuera un caramelo.
Siento un hastío enorme y genuino por el comunismo, una decepción enorme por los que inexplicablemente decepcionan y tengo grandes ganas de ser un hombre libre, para tener metas otra vez, para no ver en vano la vida pasar, para no malgastar esa única bala.
Hasta hace muy poco tenía una meta muy clara: ver una Cuba de todos, una Cuba feliz, libre y bonita, donde se pudiera pensar sin ofender. Una Cuba donde no se calle para golpear con hambre a un hambriento que se niega a tener hambre.
Hoy, aún en Cuba por no tener recursos para irme, entre el hastío, la decepción y el miedo a vivir una bala perdida tengo una sola meta: ¡irme de ella!