Por René Fidel Gonzalez ()
Santiago de Cuba.- La gobernabilidad de un país depende de una compleja relación de confianza, de equilibrio de demandas y de satisfacción de intereses entre ciudadanos y gobernantes.
Cuando una de las partes sólo exige confianza, e impone y prioriza sus demandas e intereses a la otra, la legitimidad de tal relación se pervierte.
La ingobernabilidad empieza siendo una prolongada petición de igualdad y equilibrio de intereses y – en los – sacrificios entre los integrantes de un sistema político, pero cuando evoluciona, la represión expresa invariablemente, no la crisis de éste, sino realmente su obsolescencia frente a la pretensión y, sobre todo, la necesidad de los ciudadanos de convertirse en actores con dominio y ejercicio pleno de la igualdad política.
La obsolescencia de un sistema político no trata en realidad sobre su mal funcionamiento o de que haya perdido la capacidad para lograr ser impuesto exitosamente a los ciudadanos. Trata de su implicita ineficiencia para producir resultados de una calidad política superior, aquellos resultados óptimos que una sociedad procura para seguir desarrollándose y prevaleciendo como una oportunidad para la civilización y la felicidad.
Un sistema político es, en definitiva, eso: una tecnología política para conseguir esa oportunidad.
El subdesarrollo político no es por tanto la incapacidad de evitar la obsolescencia, sino la inmutabilidad y glorificación de una tecnología política ineficiente, atrasada y costosa frente a la existencia y posibilidad real de otra superior.
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