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CUBA: ESCENARIOS Y POSIBILIDADES

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Por Alina Bárbara López Hernández ()
Matanzas.- Ayer salí con mi hija a unas gestiones. No pude resolverlas. Matanzas lleva dos días apagada. Más apagada de lo habitual, que ya es demasiado. Incluso, anoche apagaron el área del parque de la Libertad donde dice «Matanceros en victoria» y donde la gigantografía de Fidel Castro desafía a enemigos invisibles. La libertad no está apagada, está muerta. O quizá hibernando.
Solo hay que mirar a la gente en la calle para constatar que la crisis está pasando una factura física y psicológica demasiado grande. El deterioro evidente, los rostros de tristeza y desaliento, la delgadez de tantos, la cola de más de quinientas personas para sacar, no sus fortunas sino sus salarios, ante el banco de Medio y Jovellanos que funcionaba con una planta.
El hospital provincial cerró sus salones de operaciones por falta de sueros de cloro-sodio, algo tan elemental e imprescindible. Médicos con prestigio y experiencia y otros jóvenes e inexpertos desesperan por no poder ayudar a los enfermos. Tampoco hay medicamentos. Los antihipertensivos desaparecieron cuando más necesarios son.
Sin gas ni electricidad, no hay con qué cocinar. Ya se comprobó que la epidemia de hepatitis que lleva meses afectando a ciertos barrios matanceros se debe a la contaminación del agua con bacterias fecales. Dicen las autoridades médicas que hay que hervir el agua, pero no explican cómo lograr esa hazaña.
Ancianos que jamás habían pedido limosna lo hacen ahora. En cada calle. En cada parque, no más te sientas.
Piden avergonzados. Es algo nuevo para ellos, pero lo hacen porque es eso o morir de hambre. En diciembre distribuyeron dos libras de arroz por persona y ya estamos a mitad de febrero. La tarjeta de abastecimiento es un gran eufemismo. Murió, igual que la libertad, aunque unas décadas más tarde.
Es muy claro que el grupo de poder que dirige el país no tiene medios para revertir el desastre. Un desastre que se fue gestando durante décadas, que dio señales siempre pero que eclosionó y es irreversible ya.
Geopolíticamente, es la primera vez que el sistema político cubano carece de un país-pilar que lo sustente. Cuando implosionó el socialismo europeo, esta isla fue la gran incógnita, el parque temático que atrajo a muchos capitales extranjeros. Había dudas pero se arriesgaron. Incluso cuando estuvo en la famosa lista de patrocinadores del terrorismo.
Luego, poco después, Venezuela se convirtió en la nueva URSS y el grupo de poder respiró tranquilo. Tomó oxígeno para unas décadas más. Pero el oxígeno se agotó, como mismo pasa en Villa Clara, donde los salones de operación cerraron igual que en Matanzas.
Ya no hay dudas. La incógnita fue despejada. La única duda actual es por qué la gente no hace nada. Se lo preguntan muchos. Me lo pregunto yo. Estoy segura de que hasta el gobierno se lo pregunta.
Aunque la respuesta es obvia. En un país donde nada funciona, lo único que trabaja como un reloj suizo es lo que René Fidel González ha llamado «la industria del poder». A esa es a la única que se destinan recursos. Consiste en inversiones para la represión como único paliativo a la crisis. Hay que desestimular el disenso y para eso está la policía política: para amenazar, coaccionar y evitar que ocurra lo único a lo que el poder le teme: un nuevo estallido social.
Para eso están las cárceles llenas de presos políticos. No es porque constituyan un peligro, la enorme mayoría es gente pacífica. Están presos para amenazar al resto de los cubanos. Son los rehenes del poder.
¿Por qué no se hace uso del derecho a manifestación pacífica que está constitucionalmente establecido? La respuesta no es tan simple, ni siquiera se debe por completo a la «industria del poder».
Caridad Suárez Díaz, una veterana combatiente del Movimiento 26 de julio que estuvo presa durante la dictadura de Batista, y que incluso se fugó de la prisión, me cuenta que el comandante Universo Sánchez le decía muchos años después de 1959: «¿qué hemos hecho? Convertimos a un pueblo de valientes en un pueblo de carneros».
Y es que en Cuba fue desmontada con precisión la noción de ciudadanía. La exclusión política se concretó desde el inicio. Con todo detalle. Nada era decidido por las bases sociales. O sea, nada de lo verdaderamente importante a nivel político, porque aplaudir en una plaza pública únicamente ha acompañado a quiénes decidían en nombre de todos.
El surgimiento de los órganos del Poder Popular, en 1974 como experimento en Matanzas, y en 1976 en el resto del país, simplemente fue una estrategia para constreñir a nivel micro la capacidad de decisión ciudadana. Ni siquiera sobre los recursos de un municipio, sino sobre los de una circunscripción.
Se atomizó así la dirección de la crítica y se encauzó hacia problemas de funcionamiento y administración de las barriadas y localidades; quitando toda posibilidad a planteamientos que cuestionaran el funcionamiento de mecanismos o políticas a nivel macro. Durante el breve tiempo en que los delegados de circunscripción contaron con ciertos recursos, el mecanismo funcionó, al menos dentro de estos límites. Después, ni siquiera eso.
Asimismo ocurrió con organizaciones como la Uneac, la UPEC, la ANAP, etc. Sus discusiones debían centrarse en los problemas propios del gremio.
Fue esa la fórmula mágica para conseguir que la política se convirtiera en patrimonio de una élite y se mantuviera encerrada en sus cuarteles generales, al decir del poeta Miguel Barnet hace unos años en la portada del periódico Granma.
Y funcionó. Lo lograron. La gente no percibió el daño que eso nos hacía porque durante mucho tiempo no hubo exclusión social, al menos no de la manera evidente que existe en la actualidad. Nunca fue una sociedad de consumo ni tuvimos gran prosperidad, pero la vida tenía un aire de austeridad digna, con esperanzas en un futuro mejor, si no para nosotros, al menos para nuestros hijos, y con acceso a servicios generales para todos.
De tal modo, la inclusión social camufló por mucho tiempo a la exclusión política. Pero cuando la inclusión social fue desmontada, no teníamos ya posibilidad política alguna de evitarlo. Fue así que, de un plumazo, se echaron abajo las que se creían «conquistas de los trabajadores»: edad de jubilación, comedores obreros, seguridad social, estimulación a vanguardias, salud y educación con ciertos estándares. Y la pobreza perdió todo vestigio de dignidad, y las esperanzas en el futuro se esfumaron ante la inseguridad del presente, y nuestros hijos, los que pudieron, se fueron a otros países…
En el punto actual en Cuba, un estado policial y represor se erige ante una sociedad civil atomizada, desarticulada y acostumbrada a no percibirse como actora de la política, de la que fue excluída hace mucho tiempo.
Algunas personas expresan, en modo catarsis perfectamente entendible, que el gobierno tiene que irse ya, y ojalá las cosas fueran tan sencillas. Primero, eso no partirá de la iniciativa del grupo de poder que dirige al gobierno, hay muchos intereses en juego y si no sienten suficiente presión social no se moverán un milímetro del bastón de mando.
Pero esa es una de las partes de la ecuación, queda la otra, y la otra somos nosotros.
Todo dependerá entonces de lo siguiente:
1 Conseguir una articulación ciudadana que presione al gobierno mediante vías de lucha no violenta (que nadie se engañe, aunque no use la violencia es una forma de lucha con resultados positivos en otros contextos). Esto puede conseguir el inicio de un proceso de transición con estándares reconocidos internacionalmente y con acompañamiento de observadores internacionales neutrales que garanticen no sea una puesta en escena; o,
2 Esperar en el punto actual y comprobar cuánto resistirá el pulseo entre la indefensión aprendida por decadas de mecanismos doctrinarios, frente al hambre y las dramáticas condiciones de existencia que empeoran cada día. Esto conduciría a un nuevo estallido social ante el cual muchas personas puedan inhibirse por temor, y siempre cabría la duda de que la «industria del poder» todavía tenga recursos para reaccionar a tal escenario, incluso, sacando el ejército a las calles.
A mi juicio, entre estas dos posibilidades la primera sería la mejor.

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