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Por Albert Fonse ()
Cuba es un país ficticio para la propaganda y otro real para los que lo sufren. Un escaparate llamado La Habana, un paraíso exclusivo llamado Varadero, y el resto del país tratado como un estorbo, como una mancha que debe ocultarse tras la fachada turística. Cuba ha sido fragmentada por una élite que no solo explota, reprime y miente, sino que además discrimina con saña a su propio pueblo.
La discriminación contra los orientales no es un secreto. Es una verdad que pocos se atreven a decirlo en voz alta. Desde hace décadas, han sido tratados como ciudadanos de segunda. Si se atreven a vivir en la capital sin permiso, los deportan. Les llaman “palestinos”, como si fueran intrusos en su propio país. Los caricaturizan en el periódico Palante, se burlan de su acento, de su pobreza, de su forma de vestir.
Hasta en la libreta de abastecimiento, que supuestamente era para garantizar igualdad, a los orientales siempre se les ha dado menos. No un poco menos: mucho menos. Una diferencia marcada, injustificable, sostenida por años. No fue un error, fue una política. Una forma silenciosa de decirles: ustedes valen menos.
En la capital, el apagón molesta. En Oriente, destruye vidas. Mientras en La Habana la corriente se va por unas pocas horas, en Oriente se va por más de un día. La electricidad no es un servicio: es una excepción. Y cuando falta, falta todo. Agua. Comida. Comunicación. Dignidad. En Oriente, un apagón no es un evento; es una rutina que desgasta, empobrece y aplasta.
Yo lo viví. Aunque nací en San José de las Lajas y toda mi familia es de allí, pasé mi adolescencia en Mayarí, Holguín. De los 9 a los 18 años. Cuando regresé, lo primero que escuché fue: “Hablas cantando, pareces un palestino”. No era una broma. Era una ofensa cargada de desprecio. Decirte eso era como decirte: no sirves, no vales nada.
Este artículo no busca dividir, al contrario. Busca justicia. Busca que, al menos, se exija igualdad. Porque sé que muchos orientales han terminado siendo policías o jineteras, no por elección, sino porque la necesidad los empujó. El hambre los empujó. La desesperación los empujó. La dictadura los convirtió en carne de cañón para la represión… y en carne barata para el turismo sexual. Después de usarlos, los desprecia. Los esconde. Los acusa.
Yo conocí a esos jóvenes. Vivían en bohíos, con piso de tierra, sin luz, sin agua. Para ellos, salir de allí era como ganarse la lotería. Les daba igual ser jinetero o ser policía. Solo querían huir de la condena de nacer pobres, lejos del “paraíso socialista”.
Nadie se pregunta por qué. Nadie analiza las causas. ¿Por qué las cárceles están llenas de orientales? ¿Por qué tantos policías vienen del oriente? ¿Por qué tantas jineteras son de esos mismos pueblos? No es genética. Es abandono. Es discriminación. Es abuso.
Muchos repiten consignas sin entenderlas, porque no les enseñaron otra cosa. Porque la miseria vino acompañada de adoctrinamiento. Porque donde no hay pan, entra fácil la mentira. Pero ya basta. No pueden seguir permitiendo que los traten como si fueran menos.
Es hora de levantarse. De hacer una invasión de oriente a occidente, como la de los Mambises. No con machetes, sino con dignidad. Con valor. Con decisión. Exijan lo mínimo: respeto. Igualdad. Futuro. No permitan que sigan burlándose de ustedes mientras los exprimen hasta el hueso.
Levántense. Revélense. Hagan temblar esta tierra con su verdad. Porque Cuba no son dos países. No es un escaparate para turistas y un basurero para los demás. Cuba es una sola. Es cada campesino olvidado, cada madre agotada, cada joven atrapado en el ciclo de la miseria.
Cuba es Baracoa, es Mayarí, es Bayamo, es la Sierra, es Holguín, es San Germán. Son ustedes, los que más han cargado con el peso del sacrificio, los que han sido carne de cañón, los que han puesto los muertos, los presos, las lágrimas.
Tú, policía, cuando regresas a ver a tu familia, ¿no los ves igual o peor que como los dejaste? ¿No te parte el alma ver que tu madre sigue cocinando con leña, que tu sobrino duerme sin colchón, que tu hermana hace milagros con un pedazo de arroz y aceite?
¿Hasta cuándo vas a defender a quienes te han usado como paraban? ¿Como muro de contención para proteger sus privilegios?
Tu familia también es parte de los que sufren. También pasan miseria. También los pisotean. Ya basta. Revélate. O al menos… deja de reprimir al pueblo que solo quiere lo que tú también deseas para los tuyos.