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CUBA EN EL ESPEJO DE LAS OLIMPIADAS

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Por Fabio Fernández ()
La Habana.- Los Juegos Olímpicos de París se acaban y la inserción de Cuba en estos da la oportunidad de reflexionar sobre algunas dinámicas de nuestro acontecer. Fueron ellas una ventana que permite acercanos a lo que fuimos, a lo que somos y a las disputas en las que se dirime el futuro.
Los resultados de la isla quedaron por debajo de los pronósticos oficiales y a mucha distancia de los hitos alcanzados alguna vez. En tal hecho convergen dos variables fundamentales. De un lado es visible la mayor paridad que se aprecia en el escenario deportivo internacional, en cual el pastel -sin negar la presencia de potencias hegemónicas- está más repartido.
Del otro aparece dibujada la tremenda crisis que nuestro país vive, esa que implica menor asignación de recursos para el fomento de la actividad deportiva, el éxodo de atletas y entrenadores y las debilidades propias de una gestión directiva del deporte que aún arrastra -como la vida del país en pleno- esquemas y concepciones de un mundo que ya no existe.
Los Juegos Olímpicos fueron también un momento en el que convergieron dos modelos de interacción con las fracturas que nos marcan como nación; dos maneras de pensar y sentir lo patrio.
Existió un discurso, institucional e individual, que apostó por la concordia y el respeto, por la naturalización -más allá de los dolores- de que hay compatriotas que ya no están; cubanos que por diversos motivos compiten bajo otras banderas como expresión de un fenómeno que tiene que ver con la singularidad insular, pero también con aquello de la lógica centro-periferia que es tan vieja como los famosos viajes atlánticos del Almirante de la Mar Océana.
En paralelo se manifestó el argumentario de la confrontación permanente, el cual se vio en la crítica al discurso de nuestros comentaristas deportivos relativo «a los que ya no están» -hubo algún que otro exceso meloso, toca admitir- y en el disfrute indisimulable de medios de prensa e hijos de esta tierra con los fracasos de la delegación cubana.
Superar esas fracturas y encontrarnos en la cubanidad y la cubanía resultará imprescindible para construir un proyecto de nación más sólido en tanto más inclusivo. Tal aspiración no implica montarse un cuento de hadas en el que de súbito el pasado desaparece y el presente se quiere mostrar como ajeno a las tensiones. Sin embargo, la ruta hacia una Cuba mejor está en el respeto con el que interactuaron Julio César La Cruz y Loren Berto, Mijaín López y Yasmani Acosta. En la historia a veces se abren abismos insalvables, pero en la mayoría de las oportunidades vale ir por esta con la voluntad de tender puentes.
Con todo y la inconformidad que genera ver a Cuba lejos de lo que fue, distante de esos sitiales de privilegio que ocupó en el medallero, es de rigor aquilatar en toda su dimensión lo conseguido. Para ello basta cruzar el lugar alcanzado por la Isla -fijarse en quiénes están por delante y por detrás- con la situación actual del país.
En condiciones de espanto, Cuba volvió a alcanzar un lugar meritorio acorde con lo que hoy, por causas disímiles, somos. No retroceder más e intentar avanzar pasa por muchos factores. De sobra se sabe que hay unos cuantos fuera de nuestro control, empero otros dependen de que se hagan las cosas de un modo distinto; siempre desde la lógica de que -más allá de las cuestiones intrínsecas- los problemas del deporte constituyen materialización de dilemas más generales que vive la nación.
Por último, vale la pena hablar de una paradoja. Desde un discurso conservador que impugna a la revolución cubana y busca presentarla como lo peor del universo emerge en muchas oportunidades la añoranza por los éxitos deportivos de ayer hoy difuminados. Se señalan con vehemencia -igual que ocurre con la educación y la salud pública- los retrocesos y deterioros, desde una lógica argumental que parece olvidar que esos logros fracturados fueron, precisamente, resultado de las políticas revolucionarias que transformaron el país. En fin, que las malquerencias enturbian el razonamiento y tergiversan el pasado.
Como diría un profesor querido, haya paz y a esperar por Los Ángeles 2028…

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