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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- La crisis alimentaria en Cuba ha escalado a niveles sin precedentes. Se ha convertido en una emergencia humanitaria crónica que afecta a millones de personas. Según el informe «En Cuba Hay Hambre (2024)», elaborado por el Food Monitor Program (FMP), uno de cada cuatro cubanos se acostaba sin cenar. Esto se debía a la escasez generalizada de alimentos, la inflación descontrolada y el colapso de los servicios básicos.

Unos meses después, en 2025, la situación es especialmente grave en provincias como Artemisa, Mayabeque, Villa Clara, Granma y Guantánamo. Familias enteras sobreviven con dietas basadas en carbohidratos y azúcares. Estas son carentes de nutrientes esenciales.

El acceso a alimentos se ha vuelto un lujo. El 96.91% de los encuestados por el FMP reportó pérdida de acceso a comida por la caída del poder adquisitivo. Además, el 98.82% señaló aumentos brutales en los precios.

La canasta básica para dos personas ahora cuesta 20,000 pesos mensuales. Esta cifra es inalcanzable para quienes dependen de salarios mínimos de 2,100 pesos (equivalente a menos de seis dólares). Esto ha obligado al 72% de los hogares a adoptar dietas insalubres. Asimismo, al 29% a reducir sus comidas a dos al día, en el mejor de los casos.

Los apagones agravan todo

La infraestructura colapsada agrava el drama. Hay apagones de hasta 20 horas diarias y falta de agua potable que afecta al 60% de los hogares. Esto impide cocinar o conservar alimentos, elevando los riesgos sanitarios.

En las escuelas, los niños reciben comidas en «estado deplorable», sin valor nutricional, lo que compromete su desarrollo físico y cognitivo. Mientras, en las cárceles, organizaciones como Cubalex han documentado muertes por inanición y abandono.

La respuesta estatal es insuficiente y opaca. A pesar de que el 64% de los cubanos culpa al gobierno por la crisis, la narrativa oficial sigue atribuyendo el desastre al embargo estadounidense. La libreta de racionamiento, otrora símbolo de equidad, ahora reparte raciones que cubren un por ciento mínimo las necesidades calóricas diarias, para no decir ninguna.

La solicitud de ayuda al Programa Mundial de Alimentos para leche en polvo infantil refleja la incapacidad del régimen para garantizar lo más básico.

Niños y ancianos la parte más vulnerable

El hambre tiene rostro humano. En las calles, ancianos y personas con discapacidad mendigan con carteles que dicen «Esto es para comer». Mientras tanto, otros se desmayan por inanición. Protestas como las de Santiago de Cuba, donde manifestantes gritaron «tenemos hambre», muestran la desesperación de una población abandonada. Igual ocurre con las de Maisí, donde madres bloquean carreteras.

La solidaridad ciudadana intenta paliar el desastre. Iniciativas como la «cadena de favores», descrita por el periodista Guillermo Rodríguez, evidencian cómo los cubanos han dejado de esperar soluciones estatales. Incluyen desde comprar casas para homeless hasta repartir medicamentos. Sin embargo, estas redes no son suficientes frente a un sistema que, según economistas, prioriza el control político sobre el bienestar social.

Las consecuencias a largo plazo son devastadoras. Expertos advierten que la malnutrición crónica está reviviendo enfermedades del Periodo Especial, como neuropatías y diabetes. Además, la falta de nutrientes en embarazadas genera bebés con bajo peso y retrasos en el desarrollo. El FMP alerta que, sin cambios estructurales, Cuba enfrentará una fractura irreversible en su tejido social.

El hambre en Cuba ya no es una crisis pasajera, sino un síntoma de un Estado fallido. Con una economía paralizada, una población exhausta y un gobierno que silencia las voces de auxilio, el país se hunde en una emergencia. Esta situación exige acción internacional inmediata. Como resume un cubano en el informe del FMP: «Mi nevera está vacía, no hay nada». Una metáfora de un país que agoniza mientras el mundo mira hacia otro lado.

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