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Por Jorge Menéndez ()
Cabrils.- Durante décadas, el discurso oficial cubano ha demonizado los monopolios como símbolos del capitalismo salvaje, instrumentos diseñados para acumular riqueza y controlar sectores económicos. Sin embargo, en un giro irónico, el propio Estado cubano ha construido un sistema basado en monopolios socialistas, disfrazados de justicia social y regulados por un gobierno que prometía no dejar a nadie atrás.
La realidad actual desmiente esa promesa. La miseria se ha vuelto cotidiana, los mendigos y los llamados “buzos” que buscan comida entre los desperdicios son parte del paisaje urbano. La ministra de Trabajo, al referirse a ellos como “disfrazados”, perdió su cargo, pero no por resolver el problema, sino por evidenciarlo.
Entonces, ¿son los monopolios el verdadero problema? La respuesta exige contexto. En Cuba, el problema no es la existencia de monopolios, sino el sistema que los sustenta. Un modelo económico que niega la competencia, frena el desarrollo y antepone los intereses políticos de una élite gobernante al bienestar del país.
Cada sector económico está controlado por una empresa estatal sin competencia, sin incentivos para mejorar precios ni calidad. La empresa socialista, lejos de ser una solución, ha demostrado ser una carga. Los países que abandonaron este modelo lo hicieron precisamente por su ineficiencia estructural.
El monopolio socialista cubano no es una consecuencia del sistema: es su columna vertebral. Y eso explica por qué, incluso sin competencia, estas industrias no logran alcanzar estándares mínimos de eficiencia o calidad. El problema no es el monopolio en sí, sino el socialismo que lo sostiene.
Un ejemplo claro es ETECSA, el monopolio de las telecomunicaciones. Con un servicio deficiente, se dolarizó sin ofrecer mejoras, dejando fuera a millones de cubanos sin acceso a divisas. La justificación oficial es la necesidad de captar moneda extranjera, pero lo que se evidencia es una empresa en coma, incapaz de responder a las necesidades básicas de la población.
La dolarización de la economía cubana no es una estrategia: es una confesión. Una muestra clara del fracaso de las políticas económicas que, aunque se autodenominan “socialistas”, han perdido todo vínculo con el bienestar colectivo.