
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Durante la Guerra de los Cien Años, cuando la muerte gobernaba los campos franceses y las aldeas ardían sin ley ni consuelo, algo más que los ejércitos aprovechó el caos. Los lobos.
Mientras los hombres se mataban entre sí, las manadas crecían. Las ovejas desaparecieron primero. Luego, el ganado. Luego… las personas.
Las noches se volvieron eternas en el valle del Loira. Nadie salía sin una antorcha o un arma. En los pueblos, los campesinos encerraban a los animales en graneros altos, y se atrincheraban en casa. Aun así, escuchaban los aullidos. Y sabían que algo esperaba afuera.
Cerca de París, un bosque oscuro y rocoso fue tomado por las bestias. Era su dominio. Allí criaban camadas nuevas cada año. Y desde allí salían en tropel por los caminos que llevaban a la ciudad.
Con los años, ese lugar fue despejado. Los lobos se fueron. Pero su recuerdo quedó… grabado en un nombre: Louvre.
Y en el invierno de 1439, el más duro de todos, los lobos sitiaron París.
El líder era un lobo enorme, llamado Courtaud, apodado por los aldeanos como el Rey Lobo. No solo cazaba ovejas. También cazaba hombres. Las familias que intentaban llegar a los mercados eran atacadas. A veces, los lobos ni siquiera tocaban al ganado. Iban directo a la carne humana.
Una noche, encontraron una grieta en las murallas. El río estaba congelado. La puerta de hierro mal cerrada. Entraron. Corrieron por las calles. Mataron a catorce personas antes de desaparecer otra vez entre las sombras.
París, una ciudad entera, paralizada por el miedo a los lobos.
Hasta que el capitán Boisselier ideó una trampa: sacrificó animales en la plaza del pueblo, derramó sangre fresca y esperó. Cuando los lobos llegaron, los esperaban decenas de hombres armados con flechas y piedras. Courtaud cayó esa noche. Pero los aullidos aún resonaron por años en la campiña.
Y así fue como, por un breve y aterrador momento en la historia… París no temió a ejércitos. Temió a los lobos.