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Carlos Cabrera Pérez
El tarifazo de ETECSA y las emocionales protestas universitarias aniquilaron el mito de una supuesta eficacia raulista; usada para justificar el desplazamiento del grupo fidelista y que, diecinueve años después, produce más estragos que nueces.
GAESA ha sido un fiasco gigantesco, pese a que desde 2006 se apoderó de los principales activos económicos de Cuba y una auditoría independiente revelaría la real magnitud del desastre del caduco ordeno y mando.
ETECSA fue rentable hasta que los Chicago’s boys verde oliva empezaron a saquearla para financiar proyectos ruinosos, como la chea Torre K, devenida en vela de La Habana apagada; sin reinvertir en su modernización y ampliación; en correspondencia con el crecimiento de la demanda, financiado por la emigración, como casi todo.
Menos mal que el presidente Díaz-Canel aclara que no
son neoliberales y no dejarán a los cubanos abandonados a su mala suerte.
La verdadera causa del desastre de Cuba es el comunismo de compadres que, con Raúl, degeneró hasta la condición de valla de gallos combatientes, pero sin timbales para asumir el reto Obama, pasando de reformador impetuoso a soltador, como llaman en el argot gallero a quienes cuquean a los emplumados contendientes.
El desastre que hoy aplasta a la mayoría de los cubanos nació en 1959, se agravó en 1968, 1989 y 2006; fruto de una perniciosa dependencia política y económica extranjera, más experimentos y piruetas a ritmo de contingente, por tanto, la ruina de Etecsa es mera consecuencia de políticas contra la libertad y la riqueza.
Desgraciadamente, los universitarios -incluida la servil FEU- protestaron solo cuando les pisaron el ratón, mientras han asistido impávidos al destrozo de la educación, la salud y el creciente desamparo social. El castrismo fue hábil demonizando la riqueza e imponiendo el voto jesuita de pobreza, pero sin castidad.
Un primer ministro como Marrero es el mejor ejemplo de las mañas raulistas de premiar la sumisión corrupta, a costa de la nación. Un país mandado por Díaz-Canel, Marrero y Raulito el cangrejo Rodríguez Castro tiene garantizados la cárcel, la miseria, la droga y la mentira permanentes.
Menos mal que los guardias iban a imponer orden y racionalidad al desorden megalómano de Fidel, quien en 1989 capituló, entregando el Minint a su más enconado adversario, Raúl; en alarde selectivo de desmemoria, asegurando que si en algún sitio se sabía lo que hacía su gente es en el Minfar; pese a que solo dos años antes (mayo 1987) el general del Pino se la dejó en los callos al compañero ministro y sus cuates.
El resto fue pan comido, sobre todo, a partir de julio de 2006, cuando Fidel enfermó de secreto de estado, Raúl reemplazó a doctores con generales y visibilizó a dos de sus hijos, a un ex yerno y su nieto favorito. Todo queda en famiglia porque el resto; incluidos el presidente y el primer ministro, son meros criados, monigotes reemplazables por cualquier otro rebuznante dispuesto a ser fusilado por razones humanitarias.