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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Hace unos días unos niños se enrolaron en una bronca en Cienfuegos, o en Bayamo, ya no recuerdo bien, pero uno de ellos tomó un cuchillo y apuñaló al otro, hasta provocarle la muerte. En mis tiempos de niño y joven era diferente. Los hombres solo usaban las manos y si la bronca no era por cuestiones mayores, después de unos golpes alguien los separaba, se daban las manos y cada uno seguía su camino. Sin rencores.
Ahora, la violencia está enraizada en todas partes. Hasta los políticos, que no debieran serlo tanto, se han vuelto demasiado duros, a veces traicioneros, al extremo de que se golpean por la espalda sin tener piedad del rival, sin miramiento alguno, olvidando casi siempre que el que está al otro lado es un ser humano.
Trump y Kamala Harris se están dando con todo. Los de un lado usan todas las armas. Los del otro hacen lo mismo, en una lucha en la que solo vale ganar, como si la victoria representara la supervivencia, como pasa en las sabanas africanas en esa lucha constante por amanecer vivo al día siguiente.
Y menos mal que allí, en Estados Unidos, los de un bando u otro pueden decir lo que piensan. Hay lugares donde los que gobiernan no resisten opositores, ni críticas. Y al primero que levante la mano lo mandan a las mazmorras que tienen preparadas para ellos. No hay piedad en esos sitios, ni vergüenza entre los que se dicen defensores de la justicia, que se prestan después para encarcelar con cargos inventados.
En otros lugares los opositores, podemos llamarlos contrarios, son despojados de todos sus derechos, como en Nicaragua, donde la familia que gobierna decidió que quien no estaba con ella, podía perder hasta el pasaporte, o la ciudadanía. Así de crudo. Porque no quieren competencia. Y si tienen que matar, matan, sin piedad. Casos hay muchos, entre ellos el del oscuro fallecimiento del excampeón mundial de boxeo Alexis Argüello.
En Venezuela hubo una elección, que a mi se me pareció más a un juego de dominó, porque el que se proclamó ganador, no quiso mostrar las actas. Hizo como el que juega dominó y cuando la data se tranca dice que ganó y no solo no se vira, sino que impide que le vean las cartas. Todo eso después de haber anunciado desde antes que si no sacaba la mayor cantidad de votos, ocurriría una guerra civil.
En esos lugares, todos más o menos con un mismo corte político, si te posicionas en contra de los que gobiernan te acusan de cualquier cosa, entre ellas de terrorista o de mercenario y te dicen que estás pagado por el Imperio, esa palabra que engloba todo, y a todos, porque el totalitarismo ve un enemigo en todas partes e intenta que te miren mal, por lo cual te ataca con aquello de que eres agente de la CIA, o asalariado de los que ellos creen que gobiernan al mundo.
Esas lecciones se han impartido en Cuba por décadas y décadas. Y desde Cuba han salido a recorrer mundo, y en muchos lugares han echado raíces profundas. Hay que buscar un enemigo común y culparlo de sabotear, de preparar a delincuentes para que se enfrenten a los gobernantes, una clase social infalible, que da su vida por ayudar al pueblo, por su bienestar y que por tanto mover las manos se les ha inflado el abdomen hasta límites insospechados.
Hay que leer lo que dice Martí sobre las castas: «La libertad ha de ser una práctica constante para que no degenere en una fórmula banal. El mismo campo que cría la era, cría la ortiga. Todo poder amplia y prolongadamente ejercido, degenera en casta. Con la casta, vienen los intereses, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sosternelas. Las castas se entrebuscan y se hombrean entre sí».
Mejor dicho, imposible. Por eso los ambiciosos dirigentes de estos pueblos se protegen unos a otros para eternizarse en el poder. Y el que se ve obligado a dejar el trono, como sucedió con Evo Morales en Bolivia, hace todo lo posible por recuperarlo. Los pueblos deberían hacer caso de Martí y no permitir estos excesos en la extensión y vastedad de los poderes.
Solo que los pueblos no están siempre preparados para enfrentarse a la violencia, a la desmedida violencia de estos tiempos, a la tortura y a las prisiones, que en el caso de Cuba es como caminar hacia la muerte, porque si fuera de las cárceles se pasa un hambre bestial, cómo será dentro.
Esos mismos gobernantes son los que se lavan las manos con los asesinatos, los feminicidios, los asaltos, y hasta se prestan para que la gente no se entere, como ha pasado con lo de los muchachos de Bayamo y Cienfuegos.