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CUANDO HACEMOS OÍDOS SORDOS

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Por P. Alberto Reyes ()

Camagüey.- ¿Cómo hace una persona sorda para compensar su incapacidad de escuchar? Utiliza la vista. El sordo mira a su alrededor, y reacciona a partir de lo que ve, porque no tiene la información que puede llegarle a través de la escucha.

En el Evangelio de Marcos, el sordo es la imagen de aquellos que nunca han tenido la oportunidad de conocer a Cristo ni de escuchar su Evangelio, pero también indica a los que, deliberadamente, cierran sus oídos y no dejan que la Palabra de Dios permee su corazón y determine su acción.

La consecuencia de hacerse sordo a la Palabra de Dios es que acabamos viviendo según lo que “vemos”, según lo que hace la gente que nos rodea. Así, nos adecuamos a las modas de pensamiento y acción, empezamos a “razonar” según los criterios dominantes, aprendemos a manejar el dinero, la sexualidad, la justicia, la honestidad, el respeto por la vida… como vemos que otros lo hacen. Y terminamos encontrando ese modo de vida correcto y razonable porque “es lo que todos hacen”.

La sordera, sin embargo, no es capaz de bloquear totalmente la conciencia, y para intentar acallarla, empezamos a producir razones que nos convenzan de lo desfasados, arcaicos y anacrónicos que son los llamados “valores del Evangelio”. Dicho en bruto, intentamos convencernos de los errores de Dios y de las equivocaciones de Jesucristo y, si no nos atrevemos a tanto, nos vamos por la vía de los errores de interpretación de la Iglesia, todo para llegar al mismo puerto: una vida hecha a nuestra imagen y semejanza, una vida sometida a la deseabilidad social y a lo políticamente correcto, una vida que no nos satisface pero que es moralmente cómoda.

Ante esta sordera, el Evangelio de Cristo es un continuo “effetá”, un “ábrete” dirigido no a los oídos sino al corazón que se ha cerrado a Aquel que tiene palabras de vida eterna. Y sin embargo, es un “effetá” escrupulosamente respetuoso de la libertad humana, una llamada que invita pero que respeta (yo diría que desde el dolor) la decisión de elegir la sordera.

Creo que el mejor modo de concluir esta reflexión es citando un mensaje que recibí hace poco de un amigo, y que dice así: “Luego de muchos años, he tenido que visitar un lugar en el que nunca reparé: mi adentro. Ha sido muy difícil enfrentarlo, pero igual de reparador y necesario».

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