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Cuando el valor tiene forma de sonrisa

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Había una horca. Una multitud. Y un hombre que sabía que no iba a bajar de allí.

En 2007, en Irán, Majid Kavousifar tenía 28 años cuando fue ejecutado públicamente. Había sido condenado por matar a un juez vinculado a sentencias de muerte contra jóvenes opositores al régimen. La condena fue rápida. El final, inevitable.

Todo estaba dispuesto para que aquel momento fuera un ejemplo.

Pero ocurrió algo que nadie esperaba. Mientras lo colocaban frente a la horca, Majid sonrió. No fue una mueca de desafío. No fue burla. Fue otra cosa.

Entre la gente estaba su sobrino. Tenía cuatro años. Lo miraba sin entender del todo lo que estaba por suceder. Majid lo vio. Y en ese instante decidió no dejarle como último recuerdo un rostro quebrado por el miedo.

Transformó el terror en una sonrisa. No para el régimen. No para la multitud. Solo para ese niño.

En un sistema que buscaba humillar incluso en la muerte, ese gesto mínimo escapó al control. Porque la horca podía decidir su cuerpo, pero no el modo en que quería ser recordado por quien más le importaba.

La imagen quedó grabada. No como propaganda. No como consigna. Sino como una pregunta incómoda sobre el valor, el sacrificio y los límites del poder frente a un acto profundamente humano.

A veces, lo último que queda no es una sentencia. Es una expresión. Y a veces, una sonrisa basta para decirlo todo.

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