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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Seis décadas de retórica antiimperialista, forjadas en el yunque del embargo y pulidas hasta el brillo de un dogma inquebrantable, parecen haberse agrietado con la fuerza torrencial de un huracán. El gobierno cubano ha construido su identidad política sobre una columna vertebral de rechazo absoluto a la “ayuda envenenada” de Estados Unidos, presentándose ante el mundo como el David moral que se niega a doblegarse ante el Goliat del norte.

Cada oferta de asistencia era sistemáticamente rechazada con la misma coreografía: un discurso grandilocuente que condicionaba cualquier diálogo al levantamiento previo e incondicional del bloqueo. Era más que una política; era un artículo de fe.

La llegada del huracán Melissa puso a prueba la solidez de esa fe. Cuando el senador Marco Rubio, un actor político de conocido talante anticubano, anunció la disposición de Washington de enviar ayuda humanitaria, lo hizo, como era previsible, con condiciones.

No era una ayuda limpia, sino que venía con ataduras, designando a la Iglesia Católica como canalizadora de los tres millones de dólares. El guion estaba escrito y la respuesta del régimen parecía una obviedad. Roberto Morales Ojeda el departamento de Organización del Partido Comunista, salió al quite con el libreto ya memorizado: no, gracias. Lo importante, declaró con la seguridad de quien cree repetir una verdad incuestionable, era que levantaran el bloqueo y “otras tonterías más” del repertorio propagandístico.

Un giro total y Morales Ojeda mal parado

Sin embargo, en un giro que ha dejado perplejos a propios y extraños, la coreografía se rompió. Tras la negativa inicial y pública de Morales Ojeda, alguien en las altas esferas del poder, en algún oscuro despacho, debió de hacer una llamada o recibir un informe que cambió el rumbo.

La pregunta que flota en el aire es inevitable: ¿se le fue la catalina a Morales Ojeda? ¿Actuó por cuenta propia, probando los límites de una retórica que ya no se sostiene, y fue inmediatamente corregido por una cúpula que ve una realidad más cruda? Su declaración quedó como un saludo a la bandera, un gesto vaciado de contenido en cuestión de horas.

La aceptación final de los tres millones de dólares condicionados no es solo una contradicción; es una rendición táctica que delata una desesperación profunda. El régimen, que durante años ha utilizado el bloqueo como el chivo expiatorio universal para todas sus inefficiencias, ha admitido tácitamente que ni siquiera su propio aparato de control, ni sus tan promocionados comités de defensa de la revolución, están en capacidad de manejar una crisis sin recurrir al “enemigo”.

La necesidad, fría y pragmática, pudo más que seis décadas de adoctrinamiento. La pregunta ya no es si el bloqueo asfixia, sino por qué, si es tan absoluto el control interno, se necesita aceptar la limosna del imperio.

Traición total a sus posiciones anteriores

Al aceptar que la ayuda sea distribuida por la Iglesia, el gobierno no solo traiciona su prédica antimperialista, sino que también realiza una concesión estratégica monumental. Está reconociendo a una institución no estatal, y con una base moral independiente, como un actor social más confiable y eficaz que su propia maquinaria burocrática.

Es un golpe a su propio mito de omnipotencia. En el fondo, es una admisión de que ha perdido el monopolio de la solución, y al hacerlo, evidencia que el rumbo ideológico está tan perdido como la economía.

Al final, el huracán Melissa no solo derribó árboles y techos; también derribó una fachada. El episodio deja al descubierto que la brújula del gobierno cubano oscila entre la inercia de un dogma agotado y la urgencia de una realidad insostenible.

Aceptar los tres millones fue un acto de realpolitik que desnuda la profundidad de la crisis. Ya no se trata de si tienen el rumbo perdido; la evidencia sugiere que, en la tormenta, han tenido que aceptar el faro de quien juraron nunca seguir.

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