Noticias de Cuba

EL JUEGO DE LOS DOS BANDOS

DE QUE VAN, VAN

CUANDO ME VAYA DE CUBA, UN POCO DE MÍ MORIRÁ

Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Ragnar Wilfredo Robas
La Habana.- Vas con un equipo de periodistas y recuerdas a Cesar Vallejo. El Cesar Vallejo que escribió: «Considerando en frío, imparcialmente, que el hombre es triste, tose y, sin embargo»… lo recuerdas porque vas caminando y el hombre triste tose, el hombre que se acerca descalzo, solo un short roto y sucio sobre su cuerpo y te dice: pudieran escucharme.
El hombre que nos invita a pasar a lo que queda de su casa y le da golpes a las paredes. No quiero que ustedes me den soluciones— nos dice—, solo quiero que me escuchen.
Este hombre pudiera ser Cesar Vallejo. Pudiera firmar los versos: «Comprendiendo sin esfuerzo que el hombre se queda, a veces, pensando, como queriendo llorar»…
Como el camarógrafo que disimula, pero llora. Y uno en frío. Un poco muerto. Cansado de tanta pérdida. Sin poder procesar todo. Porque todo es demasiado y ya no basta.
Después de la madre que vio morir a su hija y a su nieta de cinco años. Impotente. Agarrada al caballete de la casa para poder sobrevivir a la inundación que nadie se esperaba.
Después del abuelo que se ahogó pero salvó a su nieto de las aguas de un río que fue suficiente para romper un puente dos veces.
Después de pensar que en el fango por el que caminas pudieran ocultarse aún cuerpos con los ojos abiertos.
Puedes pensar en «Golpes como el odio de Dios» y la resaca de todo lo sufrido te empozara el alma.
Pero un hombre te pide que lo escuches. Un hombre al que no conoces, pero sufres su dolor como un hermano. Un hombre que quiere hablar. Ser escuchado. Un hombre que solo quiere a alguien que lo entienda.
Y uno llora en silencio y la vida le gusta hoy un poco menos.
Pero el hombre ayuda. El hombre simple que deja su casa porque leyó una crónica escrita por otro hombre que sufría y fue a ayudar. Sintió el impulso necesario de compartir el fango, la muerte y el dolor. De compartir lo poco que tenía con aquellos que tenían mucho menos.
El hombre ayuda. O no. Hay ambos casos.
Como aquellos que cargaron niños ajenos y corrieron. Corrieron por sus vidas y las vidas de los otros. Cuando la histeria se volvió aire. Se volvió agua. E inundó un pueblo dos veces.
El hombre ayuda. O no.
El miedo puede volverte ciego. Hacer que ignores a los que tienden a sus hijos y te piden que los salves. Al muchacho que grita que salves a su novia porque el agua viene de nuevo a borrarlo todo y nadie quiere morir.
El miedo puede hacer que te quedes ciego.
O eso quiero creer. Porque «el hombre es en verdad un animal y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza» y prefiero creer que fue el miedo y no la simple ansia de salvarse y ver morir a otros. Porque no todos ayudaron.
Y me pregunto: ¿qué se siente pasar al lado de una madre que tiende a su hijo y te grita que lo salves? ¿Al lado del muchacho que pide que salves a su novia porque el va a regresar para ayudar a otros?
¿Qué se siente no ayudarlos? ¿Acelerar cada vez más para no verlos?
Ha de ser el miedo. Supongo.
Pero hoy un hombre quiere que lo escuche. Solo que lo escuche y que lo entienda. No pide soluciones.
Un hombre solo quiere que lo entiendan. Algo muy difícil, supongo, sin mirar al hombre a los ojos. Sin compartir su dolor y solo verlo, tendido como un cuerpo que se ofrece y tu aceleras. Lo ignoras. No comprendes.
Ha de ser el miedo. Supongo.