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¿CRISIS DEMOGRÁFICA O DISOLUCIÓN DEL MODELO?

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Por Yeison Derulo

La Habana.- En la Cuba de 2024, las estadísticas dejaron de ser una herramienta de análisis. Ahora se han convertido en el campo de batalla donde se disputa la verdad. Así lo deja entrever la última investigación del economista y demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos, profesor emérito de las universidades de La Habana y París Nanterre. Él ha sacudido el debate público al revelar que la población real residente en la isla al cierre del año no superará los 8,25 millones de personas.

El dato, compartido en su cuenta de X y en un documento académico alojado en la web de la Universidad de Columbia, confronta de forma frontal a la cifra oficial divulgada por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). La ONEI insiste en mantener la población cubana en el umbral de los 9,7 millones.

Pero no se trata solo de una discrepancia numérica. El hallazgo de Albizu-Campos es una advertencia, un llamado de alarma. Está sostenido por el rigor metodológico y la evidencia demográfica: «Una reducción de esta magnitud —asegura el académico— solo se ha observado en contextos de conflicto armado». Y si no hay guerra declarada en Cuba, cabe entonces preguntarse. Podemos preguntarnos si lo que se está desarrollando silenciosamente es una implosión sistémica. De esas que minan desde adentro lo que las balas no pudieron derribar desde afuera.

El cálculo del especialista se basa en una estrategia poco habitual pero extraordinariamente eficaz. Se trata de contrastar los registros electorales y las proyecciones oficiales con los datos migratorios proporcionados por el gobierno de Estados Unidos.

De ese cruce emergen los ausentes: una masa de más de 1,7 millones de personas que han dejado la isla y que, sin embargo, continúan siendo contabilizadas dentro del censo nacional. Es como si esas personas jamás se hubiesen marchado. Esta omisión deliberada, o al menos negligente, distorsiona el diseño de políticas públicas. También socava la planificación estatal y enmascara la dimensión real del éxodo.

La dictadura niega estos datos

La reacción oficial no se hizo esperar. El 21 de febrero, el subdirector de la ONEI, Juan Carlos Alfonso Fraga, defendió las cifras gubernamentales. Subrayó que “la población del país ronda los 9,7 millones”. Pero la firmeza del funcionario contrasta con la debilidad de sus argumentos. Sin censo reciente —el último fue en 2012 y el programado para 2022 fue postergado indefinidamente— toda proyección se convierte en una apuesta más ideológica que empírica.

La hemorragia poblacional tiene rostro y consecuencias. Más allá de los números, se traduce en aulas vacías, ciudades despobladas y una fuerza laboral diezmada. En el año que termina, solo nacieron 71 mil niños. Esta cifra es la más baja desde 1959, mientras el 25% de los residentes supera los 60 años.

Cuba se desangra en silencio. No lo hace por las bombas ni por la guerra, sino por el hastío, la desesperanza y la imposibilidad de imaginar un futuro distinto dentro de sus fronteras.

Y sin embargo, el gobierno cubano parece empecinado en negar lo evidente. Mantener estadísticas infladas sirve para sostener una ilusión de estabilidad. Permite alimentar el discurso de resistencia y, sobre todo, evitar el reconocimiento de un fracaso estructural. Pero toda ficción tiene un límite. La realidad, tozuda y persistente, se cuela por las grietas del relato oficial.

El documento de Albizu-Campos no es solo un informe técnico. También es una fotografía precisa de un país que se vacía mientras sus dirigentes insisten en contar sombras como si fueran cuerpos. Lo que está en juego no es solo una cifra: es la viabilidad de un modelo que ha perdido a su gente. Con ella, ha perdido buena parte de su razón de ser.

La pregunta ya no es si Cuba enfrenta una crisis demográfica. La pregunta —más profunda, más incómoda— es si estamos asistiendo al agotamiento de un sistema que, incapaz de retener a sus hijos, se reduce cada día más a su propia retórica. En ese escenario, los datos de Albizu-Campos no solo iluminan el presente. También dibujan el contorno de un futuro cada vez más despoblado.

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