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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Mi hermano Julio Toirac es tres años mayor que yo, por tanto en las escuelas iba recogiendo lo que él sembraba. Y no sembraba na bueno.
Después se habrán invertido los papeles (obvio, no la edad), pero él era el estudiante más desorejao que había en «Oscar Rodriguez Delgado» primero (primaria) y «José María Heredia» más tarde (secundaria).
Y como el apellido era inconfundible… ya tu sabe: «¡Aaah, Toirac el hermano de Toirac!» y sin comerla ni beberla… Mismo saco que el otro.
En secundaria ya fue el colmo. Mi hermano hizo grandes enemigos entre el profesorado a su paso por cada grado. Y allá iba el inocente tres años más tarde a poner cara de orgullo cuando me miraban «¿Toirac?» esperando elogios.
Justo fue maestro de matemáticas. Un tipo no muy alto pero macizo. Incluso era fisiculturista. Lo recuerdo con toda nitidez: ojos achinados, frente cuadrada como la mandíbula y boca de esas que van de lado a lado.
Pasaba la lista el primer día de clases y yo era (no puedo olvidarlo) el 27.
— ¡Veintisiete! —bramó con voz más sorda que alta, quitándose los espejuelos para mirar el aula— Toirac Ulises.
Levanté la mano. Esta vez mi hermano me había alertado: «No comas miedo que te vas a encontrar con el maestro Justo y ese me tiene una tirria de madre». Incluso me paré para que me viera.
—Presente y ya sé que me tengo que ir del aula.
Primera vez que desafiaba así a un maestro. Me temblaban las piernas pero yo no podía «comer miedo».
—Usted va a salir del aula pero con silla y todo y la va a poner en el pasillo al lado de la puerta. Es el apestado. Y ahí se va a quedar todo el curso.
Ahí lo pasé. Exámenes y todo. Gracias a mi hermanito que luego se convirtió en un tipo regular y respetuoso. Pero a partir de ese curso, su aura se fue apoderando de mí.
Pa que tu veas lo que es la vida. Justo al final me confesó que había sido uno de los mejores estudiantes de toda su carrera.
Le partí los 100 puntos a las matemáticas. Solo para que supiera que yo «no comía miedo».