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Por Ramón García Guerra ()
La Habana.- Desde la era soviética (1971-1989), quien crea la corrupción en Cuba es el sistema. Este se sostiene en dos pilares: usufructo del poder y tráfico de influencias. Luego, es este último (piñas, mafias, etc.) lo que explica la presencia de grupos de poder y luchas intestinas en el Estado y Gobierno cubanos.
Aunque todos son miembros de la nomenclatura del Partido, logró distinguir un montón de grupos de poder y nichos de corrupción en toda la Isla. Esto incluye a los militares con GAESA al frente, los tecnócratas de la nueva economía, los cuadros del Partido y el Gobierno por sectores y provincias.
También la política de municipalización está empoderando a mafias locales.
Cada uno de los grupos de poder tiene sus signos que los distinguen y que marcan la diferencia con los demás. Desde la forma de vestir hasta el lenguaje que usan. Además, pasan por los rituales que practican y que confirman su posición en la estructura de poder vista de conjunto.
Sabemos que el Estado se ha convertido en un botín de guerra y que la filosofía del más fuerte es lo que decide. Eso los une. Aunque eso no me impide ver posturas políticas e identificar orientaciones ideológicas entre los miembros de la nomenclatura del Estado en la práctica.
Advierto que las posturas políticas y orientaciones ideológicas definidas son reconocibles en un 10-20% de la nomenclatura del Estado vista de conjunto.
Dividimos los grupos de poder hoy existentes en dos bandos: uno rojo, integrado por fidelistas nostálgicos y leninistas trasnochados. El otro es azul, compuesto por tecnócratas autistas y burócratas miopes políticos.
Según mí visión del asunto, los actos de corrupción entre los miembros de la nomenclatura se distinguen del resto de los no integrantes de la misma.
Partimos del hecho de que el usufructo del poder es común para todos los cuadros del Estado. Léase, el abuso de autoridad y la manipulación de las instituciones a favor de individuos o grupos. Pero, entre los miembros de la nomenclatura se da más el nepotismo, la manipulación normativa y la persecución política. Mientras que en el resto de los funcionarios del Estado es más común el clientelismo, el enriquecimiento ilícito y la privatización del poder en la localidad.
También se sabe que la captura del Estado, la opacidad y la no rendición de cuentas, la impunidad y el blindaje jurídico, son prácticas comunes en todos los grupos de poder establecidos.
Entiendo que el blindaje del Estado y el giro autoritario de la política que ha ocurrido en último septenio resulta ser una reacción defensiva de los grupos de poder establecidos. Esto ocurre mediante la ejecución del plan legislativo.
Sucede que todos se han sentido desafiados. Esto ocurre ante la emergencia de un sujeto político-popular inédito en el proceso, que fue el artífice de la Constitución de 2019. También fue protagonista del ciclo de protestas en 2021-2022.
Luego se sabe que este es un fenómeno (hablo de la fragmentación del poder) que se produce en la fase de declive de un modelo de sociedad. Precisamente fue eso lo que sucedió en la década de 1980. Fue ese el gran desafío que debió enfrentar el Proceso de rectificación de errores (1985-1989).
Imagino que siendo el mismo sistema el desenlace de la situación sea muy parecido a lo ocurrido en la década de 1990. En esos años, las estructuras de poder se reciclaron. Esto dio paso al momento de cierre del proceso de acumulación de la Nueva Clase (1978-1997).
Vemos una línea de continuidad en la corrupción que produce el sistema y entiendo que se debe a la naturaleza castrense del régimen. Creemos que la clave se haya en la década perdida de Raúl Castro (2008-2017). En esa etapa del proceso ocurrió la militarización de la economía.
Parafraseando al Che Guevara, digo que la corrupción en Cuba tiene «causas viejas, motivaciones nuevas». Esto explica la persistencia de ese flagelo en la sociedad. Siendo así, no creo que la solución se logre aplicando «métodos convencionales», que son «los métodos –diría el Che– que creó la vieja sociedad».