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Por Arturo Mesa ()

Atlanta.- Hago un alto en mi silencio en las redes para una nota sobre un tema que va desde lo cultural hasta lo genético. Considero que nos encierra en la miseria de una especie sin respuestas. Es como si fuésemos esclavos de la insularidad. Somos incapaces de crear un beneficio por encima de poderes continentales.

Que si La ley de Ajuste sí o que si la Ley de ajuste no, de eso hablo. Por hacer, se hará lo que deseen los encargados, pero cada día que pasa nuestros coterráneos andan garantizando que muera la opción. Nuestra inmoralidad humana se ocupará de otorgarnos lo que habremos merecido para ese entonces.

Quiero aclarar que en mi humilde concepción de la vida, no se trata de política o economía. Que si me fui por esto o por aquello, esto va de solidaridad.

La opción existe y ha estado ahí por mucho tiempo. Es una opción entre las pocas que cuenta aquel que tiene la osadía de soñar. Sueña con poner unos escasos alimentos sobre una mesa humilde en el escaso tiempo que le es asignado en la tierra.

Al igual que en leyes, la defensa es también permitida. Si en leyes, tan solo presentar un caso de manera errónea te puede llevar a la inocencia. ¿Y qué más da que uno alegue política o economía? Lo único inaceptable en la variable es haber sido parte del engranaje de abuso y opresión.

… la negación de la salvación, me disminuye

Cuando el barco se hunde, uno acude a las opciones que tiene al alcance. La que me permita llegar a la orilla será la mía. Puede que sepa nadar o halle una tabla. También puede que entienda que la marea me llevará sola; ya sabré escoger a cuál agarrarme. Negarlas o bloquearlas nos convierte en una prole de gente sin empatías. Así, somos incapaces de salvarnos del naufragio. Mucho menos de evitar el naufragio, cuando para evitarlo se requiere de cada uno de nosotros. Negar el derecho a la salvación es, primeramente, inhumano.

Yo quise enmendar mi país, pero me faltaron brazos solidarios y edad. Los otros utilizaron sus diferentes opciones y muchos se fueron (con mi silencio). Al final, hallé una tabla también y me fui. Lo triste es que quienes se salvaron por la Ley hoy andan quemando tablas. Así nadie más llega a la orilla de la salvación temporal.

Yo no entiendo de Dioses ni salvaciones. Pero esto no debe sonar nada bien por los altares allá arriba. La geografía en este caso es por conveniencias. Yo he visto bastante mundo y estoy seguro de que muchos, cuando vean Europa y tengan esa tabla disponible, ni piensen en este país de acogida.

No me hablen de política ni de economía. Esto no va ni de uno ni de otro. De hecho, sin ser ni político ni economista, me parece que ambas son la misma mierda. Háblenme de humanidad, de solidaridad con mi hermano, de cómo él se va a salvar una vez que ya yo me salvé. Una vez que él me ayudó a salvarme, incluso manteniendo un silencio cómplice. Háblenme de quién va a defender el derecho a la salvación. Muy pocos hicieron por salvar la embarcación. Esto va previo al derecho a la reconstrucción de esa insularidad que todos sentimos y amamos.

Un señor muy grande dijo una vez: “La muerte de cualquier hombre me disminuye”, fin de la cita.
La negación a la salvación (–diría yo–) también.

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