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Por Oscar Durán
La Habana.- Chocolate MC enfrenta una posible deportación a Cuba cuando lo capturen. Más allá del estruendo de sus canciones y los filtros de Instagram, Yosvani Arismín Sierra no es más que el reflejo caricaturesco de un drama repetido. Es el del cubano que escapa del infierno para terminar tropezando en su propia sombra.
Detengámonos. Aquí no estamos hablando de un perseguido político, ni de un héroe de los derechos humanos. No. Estamos ante un tipo que ha hecho de su vida un reparto de errores, detenciones, y acusaciones de violencia doméstica. Además, tiene alianzas oportunistas que huelen a lo que más detestamos: doble moral.
Ahora, cuando los tambores de la deportación suenan fuerte, Chocolate corre a exhibirse desde una piscina. Reta a la autoridad policial, como si no le importara el historial de arrestos, el griterío doméstico y los papelones públicos.
Pero lo peor no es eso. Lo que da verdadero asco es la tibieza de su discurso. Chocolate, que un día jura odio eterno al castrismo, al siguiente está brindando por eventos en Cuba. Baila con el régimen, buscando un hueco por donde colarse de nuevo si la migra le da la patada. Es el síndrome de los mediocres: ladrar en Miami y gatear en La Habana.
El texto que circula por ahí intentando narrar su drama es un ejercicio de tibieza más. Hasta varios youtubers mordieron con su depresión. En tiempos como estos, donde ser artista implica también un mínimo de dignidad, Chocolate MC queda retratado como lo que es. Es un ruido barato, un ídolo de yeso que se desmorona con el primer aguacero de realidad.