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Por Eduardo Díaz Delgado ()
Madrid.- Qué mal envejeció esto. Resultó una crisis a la que le llamaron distorsiones. ¿Distorsiones? Así le dicen ahora a las consecuencias de políticas equivocadas. Errores garrafales, acumulados, sin que nadie asuma responsabilidades. Distorsiones, dicen… como si cambiarle el nombre al desastre lo hiciera menos evidente.
Sí, hubo un “sacrificado”, uno de esos que de repente se convierte en el chivo expiatorio cuando el escándalo ya es demasiado grande para taparlo. Lo “juzgaron” después de que se descubriera el tráfico ilegal de mucho dinero hacia Estados Unidos. Pero su tutor de tesis, el de Gil, sigue ahí, aplicando las mismas fórmulas fracasadas, igual de torpes, igual de impopulares.
Han creado una mezcla macabra: socialismo de manual con capitalismo de usura. Aplican recortes y “terapias de choque”, pero sin los resultados que esas recetas prometen en un país normal. Porque aquí, la confianza no se gana: se pudre. El manejo de los recursos es opaco, cada vez más turbio, y lo único transparente es el deterioro.
Al final, lo que queda es lo peor de ambos mundos: la parte mala del capitalismo sin la parte buena, y las consecuencias del socialismo sin disfrutar ni siquiera de lo que expropian y roban para seducir a los mismos ingenuos de siempre.
Un desastre en toda regla. Un recordatorio de que el sistema no sirve, y ellos tampoco. Que siguen aplicando un modelo que saben que no funciona, pero lo exprimen hasta el hueso, alejándose incluso de los ideales con los que todavía hipnotizan a los zombies que les creen.
¿Hasta cuándo habrá gente que no despierta con nada?
¿Qué hace falta?