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CASTEL NOUVO: UNA POSTAL ETERNA DEL VARADERO QUE FUE

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Por Hiram Caballero ()

En la entrada de Varadero, como una centinela del recuerdo, aún permanece en pie una casona de aire mediterráneo que el tiempo no ha logrado borrar del todo: la antigua Casa Soberón, que más tarde se convertiría en la icónica Pizzería Castel Nouvo, y que para muchos fue, sencillamente, el lugar donde se comían las mejores pizzas de Cuba.

De casa a templo del sabor

La historia comienza mucho antes de que el olor a queso derretido inundara sus paredes. En la primera mitad del siglo XX, esta casa señorial fue levantada por Máximo Soberón, un hombre de trabajo que junto a su esposa Cuca, crió allí a 13 hijos. Abajo funcionaba una bodega y un bar, atendidos por la familia. Se dice que vendían de todo: trusas, sombreros, víveres. Era un negocio de alma familiar, donde la vida transcurría entre cajas, vitrinas y saludos del barrio.

Con el paso de los años, llegó la intervención del castrismo y la casa dejó de ser hogar. La familia fue desplazada. La casa fue expropiada. Lo cierto es que la propiedad cambió de manos y de destino.

Nace una leyenda pizzera

En 1967, el lugar resurge convertido en pizzería. Pero no en cualquier pizzería. Castel Nouvo se volvió un fenómeno. Sus pizzas de langosta, camarones, anchoas y mixtas se volvieron célebres. El lugar llegó a representar a Cuba en la Expo 76 en Canadá, donde fue galardonada por su propuesta culinaria.

El secreto estaba en las manos de Reynaldo, su chef estrella, formado por cocineros italianos que, según cuentan, dejaron escuela. Reynaldo emigró años después a Miami, donde fundó Rey Pizza, que aún conserva algo de la gloria de su origen varaderense.

Una experiencia completa

Pero no solo se iba a Castel Nouvo por la comida. Ir allí era una ceremonia. La entrada era custodiada por dos leones de piedra, que parecían sacados de un cuento. Los niños se subían sobre ellos para tomarse fotos o simplemente jugar. Luego venía el paso por el portal, y si había suerte, se conseguía una mesa en la terraza trasera, donde una fuente con peces de colores ofrecía un rincón mágico.

Muchos aún recuerdan el aire acondicionado, los canelones humeantes, la crema de queso, los espaguetis bien servidos y el ambiente elegante. Era el lugar ideal para una cita, una visita de familiares del extranjero o una simple celebración de domingo.

Solo el recuerdo y los leones

Hoy, Castel Nouvo existe todavía, pero como un eco pálido de lo que fue. En manos de una cooperativa, sufre las penurias de la actualidad: si no falta la harina, escasea el queso, y los precios ya no son para todos. La fuente se secó, los peces se fueron, solo queda el recuerdo y los leones.

Quienes la conocieron en su esplendor —vecinos, turistas, antiguos trabajadores, y sobre todo los Soberón— coinciden en algo: esas pizzas, como las de Castel Nouvo, no las ha habido más. Ni en Miami, ni en Roma. Porque no era solo el sabor: era el lugar, la historia, la familia, los peces, los leones… Era Varadero antes de que se perdiera algo más que una receta.

Los descendientes hacen esfuerzos por rescatar la memoria de ese pedazo de Varadero que, aunque cambiado, sigue siendo suyo en lo más íntimo del alma.

Pasarán mil años, dicen, y mientras alguien lo cuente, aquella siempre será la casa de los Soberón, la bodega de trusas y vinos, la pizzería de las mejores pizzas de Varadero. Castel Nouvo: más que un restaurante, una postal eterna del Varadero que fue.

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