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Por Jesús Hernández Villapol (Tomado del blog Crónicas de Júpiter)
Para un brasileño, hay tres elementos que marcan el rumbo de su vida: la religión, la política y sobre todo el fútbol, concepto que visto desde fuera, pudiera lucir extremista y hasta provocar risa, pero es algo muy serio.
Este tema me ha llamado poderosamente la atención en los últimos tiempos, con la designación del italiano Carlo Ancelotti como técnico de la selección nacional (selecao), tras los malos resultados que viene arrastrando de cara a la próxima Copa del Mundo de 2026.
Aunque Ancelotti es reconocido por su experiencia como jugador y como técnico, con notables triunfos al frente de prestigiosos clubes como Milan, Juventus, Chelsea, PSG, Bayern Múnich y Real Madrid, gran parte de la torcida (fanaticada) no aprueba que un extranjero dirija a la pentacampeona del mundo, que ha legado a la historia del fútbol estrellas como Pelé, Garrincha, Zico, Romario, Ronaldo o Ronaldinho.
Lo consideran una falta de respeto que atenta contra la cultura e historia futbolística de la nación.
Algo similar pudiera vivirse y se ha vivido en países como Argentina, Inglaterra, Italia o México, pero concretamente en Brasil, constituye una afrenta a la reputación del país.
Para entender la verdadera dimensión de esta problemática conversé con mi amigo Marcelo, un brasileño del estado Rio Grande do Sul, que lleva más de 20 años viviendo en el extranjero, pero que mantiene intacto su amor al Gremio de Porto Alegre, al que considera el mejor club del mundo.
Para tener una idea de la esencia de esta situación me citó varios ejemplos que pudieran dar la medida de lo que significa el fútbol en el gigante sudamericano:
Para un papá resulta inadmisible que su hijo asista por primera vez a un partido con otra persona que no sea él, pues corre el riesgo de que el pequeño muestre mayor simpatía y se incline por un club diferente al suyo.
Me recalca que es extremadamente machista, la presencia masculina en los estadios es predominante y la violencia tiene una incidencia muy marcada.
En Brasil, la selecao (selección) es parte de la vida diaria de la torcida, los entrenamientos se trasmiten en directo por la televisión y lo que la rodea es problema de todos, que incumbe hasta al presidente del país, que tiende a emitir criterios públicos sobre el tema, como un fanático más.
Y aunque parezca mentira, me comenta mi amigo, cuando se conoce a una mujer, entre las primeras preguntas que se hacen está ¿cuál es su club preferido?, es una interrogante obligada por la trascendencia que puede tener para el futuro vínculo con la familia de la joven, por la incomodidad que puede generar de no haber coincidencias deportivas.
El fútbol brasileño es una poderosa industria que genera mucho dinero y miles de empleos, pero que también está permeada por la corrupción e intereses que laceran a todas las esferas de la sociedad.
El negocio de venta de jugadores es una lucrativa fuente de ingresos, en 2024 aproximadamente 1,300 futbolistas jugaban en el exterior, el país que más transferencias realiza a nivel mundial, con todo lo que esto implica para la economía de una sociedad con gran desigualdad.
Todos estos ingredientes hacen que el futbol en Brasil sea motivo tanto para la unión, como para la desunión, por lo que el camino de Carleto al frente de la Canarinha estará curtido de espinas, sus primeras semanas han sido intensas, ya pudo lograr un empate ante Ecuador y un triunfo frente a Paraguay, que le proporcionó la clasificación al mundial.
Tendrá un año para deshacer prejuicios, para unir a un país y ganarse su simpatía, pero solo el objetivo estará cumplido, si logra alzar la sexta Copa del Mundo.