Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Oscar Durán

La Habana.- Si alguien quiere entender cómo funciona una dictadura, no tiene que irse muy lejos. Basta con pararse en cualquier barrio de Cuba a las ocho de la noche y contemplar el espectáculo: un país entero sumido en la más grotesca oscuridad.

No es un apagón, no. Es un recordatorio sistemático de que vivimos gobernados por una banda de incapaces que convirtieron a la isla en una antorcha apagada.

Aquí los apagones ya no son noticia. Son rutina. Son la alarma que te dice que la carne se va a podrir, que el agua no subirá al tanque, que el ventilador es un objeto decorativo y que el niño que tiene fiebre no podrá dormir.

A eso nos ha condenado la revolución: a vivir alumbrados con fosforeras, mientras los jerarcas del Partido prenden sus aires acondicionados con la electricidad que nos roban a todos.

Ni una promesa cumplida

Uno se pregunta: ¿dónde están las termoeléctricas que prometieron reparar? ¿Dónde quedó el cuento chino de las energías limpias? ¿Dónde fue a parar el petróleo que trajeron de Venezuela, de Rusia o de la madre que los parió?

Les respondo yo: se fue por el mismo caño por donde se han ido 66 años de mentiras, de simulaciones y de discursos que ya ni los mismos dirigentes se creen.

Pero tranquilos, cubanos, que Vicente de la O Levi, el ministro del apagón, sigue de recorrido por las provincias. Lo verás en la televisión, rodeado de técnicos que le enseñan una computadora que no sirve, una turbina que no arranca y una pizarra llena de datos falsificados. Él asiente, mueve la cabeza, dice que “se está trabajando intensamente” y luego se monta en su carro con combustible asegurado para irse a dormir fresquito.

Mientras tanto, el cubano de a pie, el que no tiene padrino ni tarjeta blanca, se cocina en su propia casa. Literalmente. Porque cuando no hay corriente tampoco hay agua, ni ventilador, ni refrigerador, ni gas. Ni futuro.

Nos condenaron a la oscuridad

Ni se les ocurra mencionar el embargo. Aquí los únicos responsables de que estemos viviendo como cavernícolas son los mismos que se llenan la boca hablando de “soberanía energética” mientras compran electricidad en barcos turcos, pagan sobreprecio en generadores obsoletos y siguen saqueando lo poco que queda del país.

No hay derecho, coño. No hay derecho a que un niño se acueste llorando porque no puede soportar el calor. No hay derecho a que un anciano muera deshidratado porque la bomba no sube agua. No hay derecho a que la vida se nos escape esperando que regrese la maldita corriente.

Cuidado, que esto no es solo un problema técnico. Esto es la prueba más clara de que el modelo se agotó, que el sistema colapsó y que lo único que funciona en Cuba es la represión. Para encender la luz no hay recursos, pero para llenar de policías cada esquina sí.

La luz es un milagro

Que lo sepan: cuando la luz regresa en Cuba, no es gracias al Gobierno. Es un milagro. Un regalo de Dios, de los santos, de Yemayá, de Obatalá o de quien ustedes crean. De esta pandilla de ineptos no se puede esperar absolutamente nada.

Nos han condenado a la oscuridad. Pero lo que no saben es que en la oscuridad también se conspira. Y que un día, no muy lejano, se les va a ir la mano. Y cuando eso pase, que no vengan a pedir clemencia. Porque así como nos apagaron la luz, nosotros les vamos a apagar el circo.

Y esta vez, para siempre.

Deja un comentario