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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Miguel Díaz-Canel, el presidente impuesto a los cubanos, ha convertido los viajes internacionales en un hobby. Esta vez le tocó el turno a Bielorrusia. Lo hace con la esperanza —o el delirio— de que Alexander Lukashenko le regale tractores, inversiones o al menos un discurso solidario.
Mientras Cuba se hunde en apagones de 24 horas, escasez de medicamentos y colas interminables para comprar pollo, el mandatario insiste en su gira por el club de dictaduras amigas. En estos lugares, las fotos protocolares sustituyen a los resultados concretos.
¿Es justo que Díaz-Canel gaste recursos en viajes infructuosos? Claro que no. Cada cumbre euroasiática o reunión con regímenes represivos —como el de Lukashenko— es un espectáculo caro. Sobre todo, para un país que no tiene ni luz estable.
Mientras el pueblo cocina con leña y huye en balsas, el presidente viaja con una delegación inflada. Esto incluye a su esposa, Lis Cuesta, quien, aunque niega ser «primera dama», no pierde oportunidad de aparecer en fotos diplomáticas. O, como en Granada, de ir de compras.
La insistencia en estos viajes es obscena. Cuba atraviesa su peor crisis desde el «Periodo Especial». Hay una inflación del 300%, migración masiva y un sistema de salud colapsado. En lugar de resolver los apagones o importar alimentos, Díaz-Canel prefiere mendigar ayuda a países como Bielorrusia o Rusia. Pero —sorpresa— tampoco tienen dinero para regalar.
Los supuestos «acuerdos» bilaterales se reducen a declaraciones vacías. En 2020 Cuba entró como observador en la Unión Económica Euroasiática. Desde entonces no ha recibido ni un saco de arroz. Ni lo recibirá, porque aquello del ‘Plan Pichón’ -léase tener la boca abierta esperando regalos- ya no funciona.
¿Por qué insiste el mandatario? Simple: es más fácil posar de estadista en Minsk que enfrentar las protestas en La Habana.
Estos viajes son puro teatro geopolítico. Intentan simular que Cuba no está aislada, aunque sus únicos aliados sean regímenes sancionados y tan quebrados como el suyo. Mientras, los cubanos, hastiados, claman en redes: «Que se quede allá».
Al final, el guion se repite: Díaz-Canel regresará con promesas etéreas de «cooperación», algún tractor simbólico y cero soluciones para el pueblo. Mientras, Cuba seguirá en la oscuridad —literal—, esperando que su presidente deje de viajar y empiece a gobernar. Pero eso, claro, sería pedir demasiado.