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Baracoa: la primera ciudad de Cuba entre la belleza milenaria y la miseria cotidiana

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Baracoa, fundada en 1511 por Diego Velázquez, es la ciudad más antigua de Cuba. Guarda en su geografía montañosa y ríos abundantes la memoria de las primeras comunidades taínas. Su historia está marcada por El Yunque, la montaña emblemática que vigila desde siempre el litoral. También por una gastronomía única en la isla, donde el cacao, el coco y los plátanos han construido sabores que sobreviven como herencia de siglos. Sin embargo, esa riqueza cultural y natural convive hoy con una pobreza que se extiende por cada barrio y golpea a miles de familias.

En la “Ciudad del Chocolate”, los platos típicos como el bacán y el pescado en salsa de coco son parte de una tradición culinaria que resiste en medio de la escasez. Las bodegas apenas reparten una libra de arroz y unos gramos de azúcar por persona. Al mismo tiempo, los productos básicos desaparecen de los mercados. Los cocineros locales reinventan recetas con lo poco disponible. Ellos tratan de mantener viva una identidad gastronómica. Sin embargo, esta ahora lucha contra el hambre diaria y la desnutrición.

La música autóctona de Baracoa, con ritmos como el nengón y el kiribá —precursores del son cubano—, todavía suena en patios y plazas. Pero muchas veces el sonido de los tambores y guitarras se mezcla con el silencio forzado de los apagones. Estos duran hasta 18 horas seguidas y dejan a familias enteras cocinando con carbón o leña. La falta de electricidad no solo apaga la vida nocturna. También arruina los pocos alimentos refrigerados y convierte la vida diaria en una carrera de resistencia.

Abandono estatal

La naturaleza que rodea Baracoa, con sus ríos cristalinos como el Toa y sus playas vírgenes, sigue siendo un refugio visual. No obstante, los cultivos de cacao, coco y plátano —base de su economía y de su gastronomía— están en crisis. Esto se debe a la falta de fertilizantes, combustible y transporte. Después de cada huracán, los campos quedan devastados. La ayuda estatal apenas alcanza para repartir una ración simbólica de víveres. Esto deja a comunidades enteras a merced de la autogestión y la solidaridad vecinal.

Los ancianos, muchos de ellos guardianes de tradiciones orales y recetas centenarias, sobreviven con pensiones mínimas que no cubren ni una semana de alimentos. Algunos duermen en portales. Otros dependen de las remesas de hijos y nietos emigrados. El abandono estatal ha convertido a estas voces de la memoria en símbolos vivos. Ellos representan una ciudad que conserva su historia. Sin embargo, la ciudad enfrenta el presente con los bolsillos vacíos y la despensa casi siempre vacía.

En Baracoa, la belleza ancestral y la miseria contemporánea se cruzan cada día. Las manos que preparan un cucurucho de coco son las mismas que deben racionar arroz para una familia entera. El Yunque sigue siendo un guardián silencioso. Es testigo de un pueblo que canta, cocina y resiste entre montañas y apagones. Ellos intentan no dejar morir una identidad que nació hace más de 500 años. Esa identidad hoy sobrevive, como su gente, a base de memoria y dignidad.

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