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BALSEROS

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Por Ricardo Acostarana ()
La Habana.- Yo fui casi un balsero. Casi es demasiado. Mejor decir que una noche me inocularon la idea, el contacto, la lancha y sus dimensiones humanas, un precio, el riesgo, el inmapeable destino final.
«Soñé las tumbas de todos los hombres…».
Hay una biblioteca salina entre el balsero y la idea y la cuenta regresiva de la tormenta y el punto más al norte del factor común; una biblioteca tiburonera, artesanal, guardafrontera, secamente legítima, necesariamente mojada.
«Lloré en la tumba del derecho humano…».
La pregunta que me interrumpe cuando pienso en el fenómeno de los balseros es quién fue exactamente el primero de ellos que cruzó el Estrecho de La Florida. En qué día, en qué año, en qué tarde decidió salir, con quién lo habló, en qué lancha o bote o Kon-Tiki se largó de su intuición. ¿Cuál fue su última comida en tierra, su último rezo, el último abrazo que decidió no dar? Si su intento fue el definitivo. Si aún vive y lee esto antes de su última muerte.
«Este no es un cementerio cualquiera».
Hay suicidios que duran cinco horas o siete días o una base naval de paso. Hay suicidios que se miden con una balanza anémica, con una varilla que se jorobe, pero que nunca parta.
Hay balseros, todos los balseros, que aflojan la tuerca del subdesarrollo justo en la idea final del comienzo.

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