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AZÚCAR, INNOVACIÓN Y MENTIRAS EN SACHET

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Por Oscar Durán

La Habana.- En Cuba, hablar de azúcar es como hablar de algo ausente y casi mítico. Por eso, no sorprende que el Consejo Nacional de Innovación haya armado un espectáculo, esta vez con Miguel Díaz-Canel al frente, para anunciar el relanzamiento de la industria azucarera cubana mediante tecnologías de punta y discursos reciclados.

El Grupo Azucarero AzCuba, en un arrebato de modernidad impostada, presentó un plan que, según dicen, devolverá a la caña su trono. Prometen más azúcar, más exportaciones, más ingresos y, por supuesto, más crecimiento. Como si se tratara de una fábrica de caramelos y no de una estructura moribunda que arrastra décadas de abandono, saqueo, ineficiencia y politiquería.

Díaz-Canel, en su papel de gurú resiliente, soltó que el proyecto es “estratégico” y pidió que se sumen “todas las ideas posibles para fortalecerlo y hacerlo viable en el menor tiempo posible”. Traducción: están desesperados. Porque cuando los mismos que destruyeron el sistema productivo ahora hablan de rescatarlo con “innovación”, uno sabe que es puro maquillaje para una industria en ruinas.

Mariela Gallardo, vicepresidenta de AzCuba, intentó ponerle un rostro serio a la pantomima. Habló de planes estratégicos, de sostenibilidad, de nuevas formas organizativas y de financiamiento. Todo muy lindo en el PowerPoint. Pero ni ella, ni nadie, explicó cómo un país sin combustible, sin insumos, sin obreros, sin dólares y con un aparato burocrático lento e inservible va a convertir bagazo en oro. Ni el mismísimo Harry Potter se atrevería.

Dijeron también que la industria está presente en 50 municipios. Lo que no dijeron es que en esos 50 municipios no hay piezas de repuesto, ni fertilizantes, ni salarios dignos, ni condiciones básicas para trabajar el campo. Hablan de economía circular, de innovación, de ciencia aplicada, pero lo cierto es que la mayoría de los centrales azucareros parecen museos abandonados. Ruinas posrevolucionarias donde la maleza crece más rápido que cualquier brote de caña.

El Dr. Jorge Núñez, desde su torre de ideas, sugirió que se piense también en las comunidades azucareras. Que se promueva el sentido de pertenencia, el desarrollo local, que se incentive a los productores. ¡Qué ternura! Como si la gente no se estuviera yendo en masa de esos pueblos donde el único progreso es la aparición de un punto Wi-Fi o la llegada, cada dos semanas, de una rastra con chícharos.

Este show de innovación no es más que la misma muela con otro envoltorio. Llevan décadas anunciando planes de recuperación, inversiones extranjeras, alianzas internacionales, pero el azúcar sigue siendo un lujo. En las bodegas, en los hogares, en las exportaciones. Lo que sí abunda es el discurso dulce, meloso, empalagoso… y vacío.

Mientras tanto, los verdaderos protagonistas de esta historia –los cortadores, los técnicos, los ingenieros, los trabajadores del surco– sobreviven con salarios de hambre y esperanzas oxidadas. Ellos no necesitan discursos ni estrategias, necesitan condiciones reales. Pero eso, como siempre, no es prioridad para un gobierno que aún no entiende que sin raíces sanas no hay caña que endulce. Ni país que se salve.

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