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Por Víctor Ovidio Artiles ()
Caibarién.- Antes, cuando todo era analógico, atrasado, de palo, de corta y clava, todo era más fácil. Habían locales llenos de pizarras con millones de cables y enchufes. Clava aquí, pincha allá, al mejor estilo Mujer Increíble. Aquello estaba lleno de mujeres en modo Las Chicas del Cable.
La Empresa de Teléfonos no tenía ni siglas, ni carros modernos, ni escaleras casi, pero todo era más fácil. Llamabas al 113 y una mujer amable te atendía al tercer timbrazo. Le pedías el número que se ocurriese y tras unos segundos de espera te lo daba. Te rompías la cabeza imaginándola hojeando una guía telefónica a esa velocidad.
La modernidad llegó y sobraron mujeres y le agregaron siglas, carros, escaleras, cables, enchufes. Crearon sistemas y computadoras y contestadoras. Llamas al 113 y te atienden, si les da la gana. Si no… cuelga viejo, ¿que tanto apuro?
Cuando la rubia de las uñas acrílicas (preciosas te quedaron esas uñas, Yami. ¿Quién te las puso? Ring, ring, ring. Como joden Mimi. Esa Yari es una bestia. Claro, todo se lo trae el marido. Ring, ring, ring. Espérate hija. Como joden).
Pides el número que quieras. Generalmente no lo encuentran. Te piden otra manera de nombrar esa empresa o lo que sea. Puedes pedir hasta el número del Vaticano para averiguar como se siente León XIV con el nombramiento y te preguntan si el Vaticano tiene otro nombre. Recuerdas la Santísima Trinidad y le explicas y la rubia no entiende.
Te la imaginas burlándose de ti y haciéndole señas a las demás. Cuelgas y sales a pedir una guía prestada y la hojeas como las Chicas del Cable y, ante los pensamientos malsanos, le pides perdón a Dios. Me niego a pensar que sea Bill Gates y los otros quienes tienen la culpa.