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El 9 de julio de 1960, el rugido del Niágara fue testigo de un suceso que desafió la lógica y la muerte.
Aquel día, un hombre salió a navegar por el alto río Niágara junto a dos niños: una joven de 16 años, Deanne Woodward, y su pequeño hermano Roger, de apenas 7. La excursión se convirtió pronto en tragedia: el motor falló, la embarcación volcó y los tres fueron arrastrados por las impetuosas aguas.
El adulto fue el primero en caer por la catarata. No sobrevivió.
Deanne, por su parte, estuvo a segundos de compartir ese destino. Pero dos hombres lograron sujetarla justo a tiempo, salvándola del abismo.
El pequeño Roger, sin embargo, no tuvo esa suerte. Fue llevado por la corriente, cayendo más de 50 metros por las imponentes cataratas Horseshoe. Nadie esperaba que viviera. Pero contra todo pronóstico, el chaleco salvavidas que llevaba le permitió sobrevivir. Una de las embarcaciones turísticas que operaban bajo la caída lo divisó, flotando entre la espuma, y lo rescató.
Cuando lo sacaron del agua, Roger estaba en estado de shock… pero prácticamente ileso.
El conductor de la lancha fue hallado sin vida cuatro días después.
Roger y su hermana han regresado en varias ocasiones al lugar que cambió sus vidas. Porque si bien aquel día trajo pérdida, también reveló algo profundamente humano: que incluso en los lugares más temidos de la naturaleza, a veces ocurren milagros.