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Por René Fidel González García
Santiago de Cuba.- Personas persiguiendo a otras personas por sus ideas. Personas vigilando a otras por su sensibilidad.
Personas cuestionando a otras por su compromiso. Personas ejerciendo el poder contra otras carentes de derechos.
Personas negando las verdades elementales de otras.
Personas juzgando la honestidad de otras.
Personas imponiendo la conformidad, obliterando a otras.
La seguridad de un Gobierno no debería depender de perseguir a los ciudadanos por sus ideas, de vigilarlos por su sensibilidad, de cuestionarlos por su compromiso, de no reconocer o privarles de sus derechos, de mentir y negar las verdades elementales, de juzgar la honestidad de otras, de imponer la indiferencia y castigar la iniciativa con la exclusión y la cancelación política.
Sería muy fácil creer que algunos de los problemas que nos impiden vivir en democracia, en las oportunidades que deberían ofrecer la igualdad política y la ausencia de formas políticas y jurídicas que garanticen la exclusión política de los cubanos, es causado por personas mediocres e intolerantes, que persiguen a otras por sus ideas; por personas groseras y ásperas que vigilan a otras por su sensibilidad; por personas mezquinas que cuestionan a otras por su altruismo y compromiso; por personas cobardes, arbitrarias o simplemente abusadoras, que ejercen el poder sobre otras privadas de libertades y derechos; por personas mendaces, oportunistas o venales que niegan las verdades elementales y los derechos a otras; por personas sórdidas y deshonestas que se esfuerzan por aplastar y juzgar la sinceridad de otras, la decencia e integridad de otras; por personas anodinas que intentan imponer a otras la abulia, la indiferencia y la resignación, como la forma más empobrecida de la obediencia que puede inspirar la dominación.
Lo cierto es que estos y otros problemas no se derivan – ni exclusiva, ni esencialmente – de comportamientos humanos, pertenecen al campo de las instituciones públicas, al de su diseño y sus fines, al de sus funciones, por lo que, el verdadero problema está en el modelo de poder de las que resultan.
Una alternativa a lo que niega la democracia y la igualdad política, a lo que excluye en Cuba de forma minuciosa, institucional y no pocas veces – aunque oficial – aleatoriamente en Cuba, tiene que trascender el correlato de la relación víctima-victimario como explicación de la realidad y como propuesta.
Es preciso idear instituciones nuevas, que reproduzcan la cultura y la complejidad civilizatoria que supone la igualdad y la validez de las ideas, preferencias y decisiones políticamente relevantes del otro, pero esto solo es posible proponiendo un modelo de poder diferente, una cultura política diferente, una ética política diferente.
Los excluidos en Cuba no pueden esperar a que el cambio ocurra para cambiar ellos mismos y no pueden dejar de soñar.
En su caso la coherencia es, también, la anticipación de lo que empieza a cambiar, el valor y la serenidad que es necesario tener cuando se tienen todas los pretextos para desistir. Es preciso ser sinceramente, para que otros empiecen a creer en lo mismo, que es distinto a creer lo mismo.
Los que nos dicen con desdén que somos soñadores, no lo hacen porque fueron derrotados. Lo hacen porque se volvieron cómplices aquellos que los derrotaron pero sobre todo de aquello que lo derrotó.
Todos ellos pasarán, execrables; nuestros ideas y sueños prevalecerán.
Sueña. No dejes de hacerlo. Fue desde los sueños que siempre conseguiste todo. La historia de la vida de cada uno de nosotros ha sido eso: conquistar sueños.
Hazlo. Atrévete a pensar, atrévete a soñar.