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Por Carlos Cabrera Pérez ()
Majadahonda.- El atentado fallido contra el expresidente estadounidense Donald Trump ha desatado las lógicas reacción emocional de partidarios y detractores y teorías conspiranoicas, que suelen aflorar ante magnicidios, pero esta vez sazonadas por la polarización política que padecen Estados Unidos y buena parte del mundo.
Trump es un hombre bronco y políticamente incorrecto, debido a su carácter y a su condición de outsider para el establishment; incluidos republicanos, que no ven con buenos ojos sus usos y costumbres, aunque no han tenido más opción que rendirse al virtual candidato a la presidencia, en las elecciones de noviembre próximo.
La herida en su oreja derecha y el hilo de sangre que provocó en su mejilla derecha será muy rentable electoralmente para el expresidente, que ha ido venciendo sucesivos obstáculos políticos y judiciales en su carrera hacia un segundo mandato.
Casi siempre, cuando la protección de dignatarios falla, el público suele criticar el dispositivo de seguridad, sin esperar al resultado de las investigaciones y los bobos solemnes enseguida empiezan a hablar de una supuesta complicidad, en este caso, del Servicio Secreto con el Partido Demócrata y otras fuerzas oscuras, tan del gusto de los fabuladores.
En los próximos días, sabremos parte de lo que pasó, quizá no todo, porque ahora mismo el FBI está enfrascado en averiguar hasta el último detalle posible de Thomas Matthew Crooks, un joven de 20 años, sin antecedentes penales, que consiguió burlar el perímetro de seguridad con un rifle semiautomático.
Los zurdos sectarios, en su escalada habitual, han intentado culpar a la víctima del crimen frustrado, con la teoría de que la violencia engendra violencia, salvo en los casos de los regímenes comunistas y socialistas que defienden en sus peroratas cínicas y descafeinadas.
Nada justifica asesinar a un ser humano, por muy violento verbal que sea y -hasta ahora- se desconocen detalles importantes del magnicidio, incluida la vida de tirador -inscrito como votante republicano en su circunscripción- y sus motivaciones para disparar contra Trump, en vísperas de la convención de su partido que debe proclamarlo candidato a la Casa Blanca y donde desvelará a su vicepresidente.
La reacción de Biden, Obama y Clinton ha sido rápida y decente, como debe actuarse siempre en política y, sobre todo, en atentados contra los oponentes. La polarización política solo beneficia a los exaltados, a los mediocres y a los frustrados por causas variopintas, pero que coinciden en concebir la democracia como la aniquilación del contrario, que debe ser aplastado sin miramientos ni compasión.
Pobre de aquellos que solo viven pensando en la venganza y que no toleran el goce de la discrepancia; una de las ventajas de la democracia es que ofrecen a los gobernados la oportunidad de sacar del poder a los malos gobernantes; pero ni así algunos aprenden ni se conforman y vuelven, una y otra vez, a instalarse en la paranoia, la lapidación y la violencia.
Que unos celebren el crimen fallido, otros denuncien fantasiosos complots y una porción del público abogue por un ajuste de cuentas, confirma lo jodido que estamos, los peligros que acechan a la democracia, incluida esa pasión masculinizante por los liderazgos fuertes e indiscutibles, que tantas desgracias han provocado en pueblos y almas.
Quizá el dilema político más acuciante para Estados Unidos es su escasez de líderes saludables y sensatos, los egos contrapuestos y las barricadas mentales de unos y otros; diferentes en apariencia ideológica, pero similares en su verticalidad frente al enemigo.