Por René Fidel González García ()
Santiago de Cuba.- No se trata del duelo entre una persona y las instituciones cubanas, tampoco de un arrebato egocéntrico o un resultado político deseado y redituable, la entrada en estado de rebeldía de Alina Bárbara López Hernández ante, y frente, la sentencia dictada y ratificada por tribunales cubanos es una cuestión diferente.
En un país en estado de estampida y shock, con una parte de su intelectualidad corrompida por la indiferencia, la pobreza y la mediocridad o ya definitivamente trasnacional e incapaz en su mayoría de involucrarse en la realidad cubana sino como analistas y espectadores, la rebeldía de Alina es realmente un acto en cámara lenta -y por eso observable- de la perplejidad, impotencia y rabia, de las frustraciones y sentimientos, de la indefensión de los cientos de cubanos que después del 11 de Julio fueron procesados y sancionados de acuerdo a las directrices del Gobierno cubano; pero es también algo más: es un dato.
Ese dato no remite a la soledad de los sancionados, ni a la de sus abuelos, madres, padres e hijos, cuya sentencia es, si se quiere, aún más agónica porque implica para ellos rumiar el dolor de la impotencia, la confianza en la justicia y la sinceridad defraudada, mientras lidian a un mismo tiempo con la pobreza y el miedo que les infunde el mismo poder enorme que plagió a sus familiares de sus vidas.
Ese dato que permanece velado a la mayoría de nosotros inquieta sin embargo al Gobierno. Aunque tiene la confianza suficiente en la selectividad y amnesia ética con que nos manejamos en la vida cotidiana y en su experiencia y dominio de todas las modalidades de exclusión política, sabe que ese dato que es la auténtica rebeldía que está naciendo y formándose ahora en las cárceles de Cuba, es la amenaza real.
La reconoce. Ella es parte, junto al arriesgar la vida y estar dispuesto a matar por ideales en los que se cree, de los fragmentos más antiguos e importantes de su adn político.
¿Qué sabemos de esta rebeldía otra? ¿Qué sabemos de estos hombres y mujeres que el Gobierno descartó como vándalos y sediciosos? ¿Cómo ha evolucionado y evoluciona el pensamiento político de estos cientos de hombres y mujeres? ¿Qué harían después de la improbable amnistía, o al recibir la libertad inmediata que merecen más por la obscenidad de la represión y el escarnio que sufren que por la endeblez de la mayoría de las acusaciones; o luego de cumplir sus penas? ¿Su cautiverio será el hecho fundacional de una generación política? ¿Sobrevivirán políticamente a la vieja y efectiva táctica de ir liberando a los presos políticos a cuenta gotas o con boletos al extranjero? ¿Quiénes son los líderes que surgirán de ellos? ¿Qué anhelan para Cuba?
Nada o muy poco sabemos los cubanos de ellos. La narrativa oficial los demonizó y luego los borró a conciencia, el resto lo hizo cada golpe que desde entonces cayó sobre la vida cotidiana en Cuba.
Los ideales, carácter y virtudes, la inteligencia y voluntad, la integridad y coherencia, la sinceridad de muchos de ellos es posible que sea el secreto mejor guardado hoy por el poder en Cuba. Hay personas que no pueden ser vencidas, y que por el contrario, parecen crecer y alcanzar su plenitud en la adversidad e incluso en la derrota.
Los romanos llamaban dediticii a los hombres y mujeres que habiendo sido objeto de tratos y actos crueles y aborrecibles eran sin embargo, a diferencia de muchos otros, capaces de identificar en el sistema esclavista y la forma de Gobierno la causa y la posibilidad de estos. Por ello eran considerados para siempre enemigos.
En Cuba las preguntas nunca han sido tan importantes como hoy. Preciso es pensar en medio de todo, apartar la hojarasca y ver dentro, hondo
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