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Por Jorge Sotero ()

La habana.- Lo primero que uno piensa al leer el último texto de Israel Rojas, ese músico de Buena Fe que un día decidió cambiar la guitarra por el manual del buen revolucionario, es que aquí hay algo que no cuadra. O quizás cuadra demasiado. Es como si, de pronto, alguien te dijera que el problema de Cuba no es el bloqueo, ni la ineptitud crónica de sus gobernantes, sino que el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social debería dividirse en dos. Como si, en medio del apagón generalizado —el de la luz y el de las ideas—, la solución fuese burocratizar aún más la miseria.

Rojas, con esa prosa que oscila entre el informe de la Asamblea Nacional y el panfleto de una ONG estatal, nos propone un viaje por la Cuba solidaria, esa que, según él, trabaja en las sombras mientras el Estado, noble pero limitado, no puede con todo. Habla de Quisicuaba, del Centro Martin Luther King, de las iglesias, de Akokán, de Puentes de Amor… y uno se pregunta: ¿pero no era este el mismo gobierno que acusaba a las ONGs de ser agentes del imperialismo? ¿No eran estas iniciativas, en el mejor de los casos, toleradas y, en el peor, vigiladas? Ahora resulta que son la salvación.

Controlar todo, hasta la solidaridad

Lo más gracioso —o trágico— es que Rojas, sin querer queriendo, está haciendo la crítica perfecta al sistema que defiende: el Estado cubano, después de seis décadas de monopolizar la vida entera, de controlar hasta el último grano de arroz, ahora reconoce (por boca de un trovador oficialista) que no puede. Que necesita ayuda. Pero claro, esa ayuda debe ser “con apoyos gubernamentales”. Nada de independencia, nada de sociedad civil auténtica. Todo bajo supervisión. Porque en Cuba, hasta la solidaridad tiene dueño.

Y luego está ese detalle del lenguaje, tan propio de la retórica revolucionaria: los pobres son “los más vulnerables”, los ancianos son “una herida en el corazón de la patria”, el alcoholismo es una “enfermedad” (nadie lo niega, pero ¿y las políticas para combatirlo?). Todo muy emotivo, muy humano, pero vacío. Porque mientras Rojas escribe esto, el salario mínimo en Cuba no alcanza ni para medio tanque de gasolina, los jubilados rebuscan en la basura, y los “adolescentes adictos a las drogas” son, más bien, adolescentes adictos a no tener futuro.

Cuba necesita libertad

Lo que sobra aquí no son ministerios, Israel. Lo que falta es libertad, y que un artista como tú, en lugar de sugerir reformitas cosméticas a una maquinaria podrida, se atreva a decir lo que todo el mundo piensa: que este sistema no da para más. Que la empatía no se decreta, ni se administra desde un despacho. Que la gente no quiere caridad institucional, quiere derechos.

Pero no. Tú prefieres el papel de trovador sensible, de crítico dentro de los límites. El problema es que en Cuba ya sabemos cómo termina esa historia: con un concierto en la Plaza de la Revolución y una foto sonriente junto a los mismos de siempre.

Así que, si no te molesta, seguiremos esperando a que aparezca El Necio. Aunque sea en otra canción.

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