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Por Tania Tasé ()
Berlín.- He terminado de trabajar. He llegado a casa y me he puesto a investigar, porque necesito información para ser lo más exacta posible en un proyecto en el que me han invitado a colaborar.
Se trata, naturalmente de Cuba. Siempre se trata de Cuba.
Busco datos, los contrasto con otras fuentes. Reviso que sean lo más exactos posibles, pido ayuda a otros cubanos… en fin, mi labor de ladilla molestísima que algunos conocen. Oigo y leo sugerencias. Sigo.
El trabajo avanza y está casi listo. Abro un link que me han enviado de un vídeo que me puede servir de referencia. En efecto: me sirve y mucho.
Termino de ver el vídeo y hacer mis notas que voy fijando en la puerta del refrigerador. Así es como trabajo, el viejo método de toda la vida.
El vídeo siguiente que no pensaba ver se reproduce automáticamente. No presto atención porque no me sirve para mi proyecto.
Y de pronto noto que hay una mexicana filmando en la Habana en el año 2022.
Ella le pregunta a una cubana: ‘¿oye y cuánto dura esta fila?’ (cola).
La cubana responde cansada: toda la vida. He pasado mi vida en colas y así la voy a terminar.
Y yo de repende me he desinflado como si me hubieran dado un puñetazo en el vientre, por debajo del cinturón de seguridad. Un golpe bajo, vaya.
Se me ha ido la fuerza, la energía y las ganas de seguir trabajando en ese proyecto y en cualquier otro que trate sobre Cuba.
Y siempre se trata de Cuba. La isla salada. La isla maldita. Y la nación inhabitable.
La impotencia está al mando ahora. Es motor y timonel al mismo tiempo.
Sé que cuando haya dormido un par de horas, este bajón pasará y me pondré de nuevo a trabajar en el proyecto.
Mientras tanto se siente feísimo, fatal, de pinga.
Toda la vida. Eso ha dicho la cubana del vídeo. Toda la puta vida dura esta cola. Esta lucha, esta impotencia, este dolor.
Y la maldita pregunta de toda la vida: ¿Hasta cuándo?