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Anne Sullivan nació en 1866, hija de inmigrantes irlandeses pobres. A los cinco años perdió casi por completo la vista por un tracoma no tratado. Poco después perdió a su madre, fue abandonada por su padre y terminó en un hospicio. La vida parecía cerrarle todas las puertas.
Pero una cirugía le devolvió parcialmente la vista y, con el tiempo, llegó a la Escuela Perkins para Ciegos. Allí encontró la chispa que cambiaría no solo su destino, sino también el de otra niña.
En 1887, Arthur Keller buscaba una maestra para su hija Helen, que había quedado ciega y sorda desde los 19 meses de edad. Helen vivía aislada en su propio mundo oscuro y silencioso. El director de Perkins no dudó en confiar esa tarea a Anne Sullivan, con apenas veinte años.
Al principio, fue una batalla: Helen era brillante, pero no comprendía la urgencia de la enseñanza. Hasta que ocurrió el milagro. Una tarde, Anne le hizo sentir en la mano el agua que corría de una bomba mientras deletreaba la palabra agua. En ese instante, Helen entendió: cada objeto tenía un nombre. Su mente se iluminó.
Seis meses después, Helen Keller ya dominaba 600 palabras, sabía leer Braille y resolvía multiplicaciones. Anne no solo le enseñó un idioma: le dio el mundo.
Helen estudió en Harvard, escribió doce libros, se convirtió en activista política y recorrió el mundo dando conferencias. Fue la primera persona sordociega en obtener un título universitario. Y en cada paso, Anne estuvo a su lado.
Cuando Anne murió en 1936, Helen le sostenía la mano. Tres décadas más tarde, en 1968, pidió ser enterrada junto a ella. Allí descansan, unidas para siempre.
El mundo recuerda a Helen Keller como símbolo de superación, pero detrás de su historia late la figura de Anne Sullivan, la mujer que convirtió la oscuridad en lenguaje, la soledad en diálogo y la imposibilidad en milagro. (Tomado de Datos Históricos)