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ALEJANDRO SANZ, EL AMIGO MÍO

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Por Oscar Durán

La Habana.- Alejandro Sanz no necesitó cantar “Amiga mía” para que el pueblo cubano entendiera que su solidaridad no es un poema: es un acto político. Bastaron 14 palabras, lanzadas desde su cuenta de X, para provocar un incendio emocional en medio del letargo social: “En la voz de los jóvenes cubanos late el futuro de un país que aún sueña despierto”.

Y claro, con eso bastó para que la maquinaria del régimen comenzara su rutina habitual: atacar al mensajero, ignorar el mensaje. Como si en La Habana se viviera en una especie de alucinación continua, donde la juventud no pasa hambre, no protesta, no exige. Donde los megas no cuestan dos salarios y el oxígeno no viene en cuotas.

El Necio lo mandó para la pinga porque Sanz era su amor platónico y lo defraudó. Gerardo Hernández Nordelo, el influencer más desafinado del castrismo, dejó ver su complejo de inferioridad en un post que olía más a despecho que a ideología. “Sanz está muy ocupado con los megas de estudiantes en Cuba”, escribió. Claro, como si preocuparse por los derechos de otros fuera una moda y no un acto de decencia. Olvida Gerardo —o se hace el olvidadizo— que hace años los estudiantes no solo protestan por internet, sino por un país que no les deja opción que marcharse o resignarse.

La declaración de Sanz, por tanto, es más que simbólica. Es un guiño solidario a una generación que no tiene micrófono, pero sí agallas. Es el eco internacional de lo que muchos dentro de Cuba no pueden gritar sin miedo a una celda o a un acto de repudio con pizza de claria. Sanz no fue condescendiente ni grandilocuente. Fue directo, humano, y en este contexto, eso duele más que una denuncia ante la ONU.

Y eso es lo que más les molesta a los guardianes del desastre. Porque cuando una voz reconocida decide amplificar la angustia de una isla, se rompe el muro del silencio. El régimen puede controlar la prensa, el transporte, los apagones; pero no puede callar un tuit de 14 palabras. Y esa impotencia les duele.

Aquí no se trata de que Alejandro Sanz tenga la solución al desastre cubano. Tampoco de que sea un experto en sociología política del Caribe. Se trata de tener empatía. De no quedarse callado cuando los jóvenes se lanzan al vacío, no por locura, sino por hartazgo. No quieren seguir siendo rehenes del “resiste y espera”.

Así que gracias, Alejandro. Por no pedir permiso. Por no preguntar si era el momento. Por entender que en Cuba cualquier gesto honesto es un acto de resistencia. Ojalá más artistas entiendan lo mismo. Que la neutralidad, en tiempos de injusticia, es un lujo que solo se pueden permitir los cínicos.

Y ojalá los estudiantes, esos que “sueñan despiertos”, no se duerman más. Un país no cambia con tuits, pero a veces, un tuit puede ayudar a que un país despierte.

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