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Por Carlos Carballido
Dallas.- Eran los años difíciles del Periodo Especial y entre los periodistas cubanos que lográbamos cierto reconocimiento social, siempre hubo resquemores.
No exístía ni el mismo tratamiento ni el mismo respeto entre los colegas de la Radio, la TV o la prensa escrita. Para agravarlo había que sumar que cada cubano está sujeto a un síndrome de ver a un agente del G2 hasta en los hijos recién nacidos. Teníamos que hablar o escribir en códigos que escaparan de la férrea censura para lograr cierta creatividad en nuestros artículos, muchas veces obligados a lugares comunes, frases preestablecidas exageradamente estúpidas y vacías como la única opción para caerle bien al gobierno.
Esa aplastante rutina de un periodismo tan acartonado como el cubano post 1959 tuvo un ligero cambio un día que no recuerdo. Al menos para los que viviamos en las dos Habanas.
Un periodista de El Habanero, dicen que sin proponérselo, se volvió viral para la época, es decir de la única manera que se podía en aquel entonces: el rumor entre colegas y la posibilidad de conseguir el número en alguna oficina gubernamental a la que llegaba el diario.
Han pasado casi 30 años pero el recuerdo del tema subyacente del artículo jamás me ha abandonado: unas Alas de Pollo en la anémica mesa cubana y el cuestionamiento del periodista sobre lo raro de que una madre humilde solo optara por comer esa parte del ave. Un pollo en ese tiempo era un lujo culinario que aparecía de vez en cuando en un país que lo justificaba con ese bendito bloqueo que siempre ha sido el comodín de los políticos hijos de puta que dirigen la isla. Las alitas, al final, más que un gusto eran el sacrificio para dejarle muslos y pechugas a los hijos de aquella abnegada madre.
Los periodistas cubanos teníamos mucha preparación pero pocos se atrevían a desarrollar los géneros más allá de la burda nota o la entrevista con estilo caduco de preguntas y respuestas. Aquel periodista se la jugaba con semejante artículo lo más cercano posible a una crónica lapidaria y directa, sin rimbombancias.
Alas de Pollo, insisto que no recuerdo el título original, era algo distinto en las páginas de un diario político cuyas principales plumas eran puros ladrillos del lenguaje metatrancoso oficial y aldeano por demás.
Fue una periodista de ese periódico que después de un combate de sexo sobre la silla de mi desolada redacción en la corresponsalía de la AIN me dijo entre jadeos cansados:
-¿Viste con lo que se tiró el Tigre? ¡Qué clase de artículo! Espero que no le arañen la pintura.
No fue así por suerte. El creador de las alitas de pollo logró ganar reconocimiento profesional en aquel infierno. Sus pasos también se cansaron como los de muchos colegas de la época y levantó amarras para desafiar el temporal del exilio. Jamás renunció a un amigo en desgracia política como yo. Porque ese par de cojones que escribe aún como los ángeles, me precio de tenerlo como hermano cercano solo separado por la geografía.