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Por Manuel Viera

La Habana.- Hace muchísimos años puse en la pared que da al patio de mi casa, en piezas de cerámica, la palabra Abogado. Y no fue por ego, cuando lo hice ni siquiera era jurista, lo fui unos años después.

Resulta que mis primeros estudios fueron de electrónica y me llevaron al ICRT, a los estudios de televisión de P y 23. Desde allí comencé estudios en la Universidad de La Habana. O sea, simultaneaba estudio y trabajo.

Luego el Astillero de Casablanca depositó toda su confianza en mí y desde un puesto de procurador de documentos me permitió desempeñarme como asesor jurídico. Esa fue mi verdadera escuela, un reto que asumí sin miedo, me sentía como un pez en el agua en aquella empresa enorme.

Tanta confianza llevó a trazarme la meta de graduarme a la velocidad de la luz. Fue entonces que puse allí esas palabras que me recordaban cada mañana que debía ponerme a estudiar y esforzarme. De esta manera, podía seguir venciendo asignaturas.

Y lo logré, y allí quedó aquello en la pared. Allí seguirá para recordarme cada día que es algo logrado con esfuerzo. Estudié incansablemente mientras trabajaba. Es algo que conseguí sin haber asistido jamás a un aula de la Universidad.

Allí en esa pared hoy me recuerda que, a pesar de todo, un día seré jurista otra vez. Esto sucederá cuando un abogado deje de ser como un muñeco de trapo. Cuando un juez decida, cuando un asesor dictamine y asesore. Cuando un legislador legisle, cuando el abogado defienda. También, cuando el fiscal no obedezca más que a las normas. Cuando quien te acusa no sea el mismo que paga a quien te defiende. Además, cuando no importe cómo pienses o a qué partido apoyas. Cuando tu ideología no te defina como ser humano. Ese día seré jurista otra vez.

Hasta ese día, allí seguirán esas letras que me recuerdan cada día lo que me esforcé. Allí estarán recordando lo que trabajé, lo que aprendí, lo que enseñé. Esas son cosas que ningún fanático me podrá quitar jamás.

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