Noticias de Cuba

BATISTA, COMO MALACRIANZA

¡AY, MARTÍ!

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Por P. Alberto Reyes Pías (Especial para El Vigía de Cuba)
Evangelio: Juan 2, 1-12
Camagüey.- Ya sabemos que los textos bíblicos no son una simple crónica sino que contienen un mensaje catequético que va más allá de lo narrado.
Las bodas de Caná son el símbolo de la unión de Cristo con la humanidad, una unión que conduce a la alegría de la vida, simbolizada en el “vino nuevo”.
Dicho en blanco y negro sería: cuando invitas a Cristo a tu vida, estás abriendo tu existencia al gozo. Pero decir que la experiencia de Cristo hace que el ser humano
sólo conozca la felicidad es ser superficialmente simplones.
Porque sabemos que los días del ser humano transcurren en una amplia gama de grises. La vida humana, en todas sus aristas, es un conjunto de pasión y cansancio, deseo y apatía, esperanza y frustración, ganas y desganas.
El matrimonio, la paternidad o maternidad, el trabajo, los proyectos, los amigos… todo
tiene sus “momentos”. Y la elección del camino cristiano no es una excepción.
El ser humano tiene grabado a fuego que es un ser destinado a la eternidad, y eso lo convierte en un ser insatisfecho, al cual muchas cosas lo pueden ilusionar, pero nada lo puede llenar en plenitud, porque la plenitud que busca, sea creyente o no, no es de esta tierra.
¿Cómo establecer entonces una relación satisfactoria con Cristo? ¿Cómo hacer para que la relación con Cristo se mantenga siempre viva?
Es como cuando nos preguntamos: ¿cómo permanecer enamorado de mi pareja para siempre?, ¿cómo permanecer ilusionado con mi trabajo?, ¿cómo mantener el gusto por los amigos?
En primer lugar, asumiendo que, por mucho que abra mi vida a Cristo, por mucho que ame a mi pareja, por mucho que me ilusione mi trabajo o valore a mis amigos, mis emociones me encenderán y me abandonarán, me empujarán al sacrificio más gozoso y hermoso y me pondrán pesos en el alma, me iluminarán la mirada y me desplomarán los brazos. Porque ningún amor se mantiene emocionalmente estable en la cresta de la ola, y pretender esto es no conocer el barro del que estamos hechos.
Por eso, el primer paso para la fidelidad es aceptar lo que sentimos, entendiendo que los momentos de “bajón” no son una traición a nuestros ideales sino momentos normales que llegan, reposan y se van.
Y por eso es necesario un segundo paso, ese paso sintetizado en la frase de la Virgen: “Hagan lo que él les diga”. Es la fidelidad a los hechos que construyen lo que amamos, la fidelidad a la persona que queremos ser.
Ser discípulo de Cristo, ser esposo, enrolarse en un proyecto, ser amigo… son decisiones basadas en lo que nos importa, en lo que decidimos elegir.
Y cuando a pesar de los vaivenes de nuestras emociones, mantenemos el rumbo que nos permite ser fieles a lo que construye lo que hemos elegido, entonces, más allá
de las circunstancias, la vida amanece, y Cristo deja de ser un modelo de felicidad abstracta, para ser aquel con quien camino, y me río, y lloro, y lucho, y vibro.