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Por P. Alberto Reyes Pías
Evangelio: Lucas 18, 1-8
Camagüey.- Ya sabemos que la oración no tiene como objetivo forzar a Dios para que haga nuestra voluntad, y también sabemos que no siempre lo que pedimos nos es concedido.
Entonces, ¿por qué se nos invita a dirigirnos a Dios con insistencia? ¿Qué sentido tiene la oración cuando sabemos que, muchas veces, Dios calla?
Jesús responde a esta interrogante con una parábola donde intervienen dos personajes: la viuda, que
representa la necesidad y la indefensión, y el juez, que no representa a Dios sino a la dificultad
aparentemente inamovible.
Para Jesús, la adversidad se enfrenta desde la oración. ¿Qué significa esto?
La oración es el gran medio para no perder la cabeza en los momentos difíciles y dramáticos de la vida,
o cuando todo parece estar en nuestra contra. La oración es la que hace posible que no sucumbamos a los momentos de rabia, de desesperación, de decepción, de desánimo, de frustración, de impaciencia…
Los seres humanos no podemos controlar lo que pensamos o sentimos. Por tanto, no podemos evitar la
preocupación, la angustia, la sensación de inseguridad. Pero ante esto, podemos poner la mirada en lo que nos atemoriza y angustia, como Pedro puso su mirada en la fuerza de las olas y del viento, o podemos poner la mirada en Aquel que nos repite continuamente: “Yo estoy contigo”.
Dios es el ancla que nos da la fuerza y la serenidad para enfrentar cualquier eventualidad. La oración es
lo que nos conecta con el ancla.
Recordemos que los Evangelios no son crónicas sino respuestas a las comunidades desde lo que dijo e
hizo el Señor. El Evangelio de Lucas tiene como trasfondo la persecución de las comunidades cristianas del Asia Menor ante la pretensión del emperador Domiciano de ser adorado como un dios. A estas comunidades se refiere la viuda de la parábola, que clama por una solución ante lo que parece imposible: el fin de la persecución.
Es fácil vivir la fe cuando la vida fluye según nuestros planes y deseos, o cuando las dificultades y los
sufrimientos no tocan a nuestra puerta. Muy diferente es mantener la fe en el Dios que nos ama y sabe lo que hace, en el Dios que ha prometido permanecer a nuestro lado, cuando todo parece derrumbarse o cuando no vemos la luz al final del túnel.
La mayor tentación de un cristiano es el descorazonamiento y la desconfianza en la acción del Señor,
porque esto puede llevarlo a encerrarse en la desesperación y a buscar soluciones no evangélicas que
terminen haciendo daño o haciéndole daño.
La imagen de la viuda es un llamado a no perder la confianza en un Dios que siempre escucha y que,
como dirá más tarde San Pablo: “… hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman”.